“I’m going to tell you what freedom is for me:
not to be afraid.”
Jamás he ido a una marcha feminista, en realidad es más mi lado misántropo que el no sentirme representada con la causa, por lo que dejaré a su voluntad en que posición del “feminisómetro” me colocarán, pero al mismo tiempo expreso la importancia de mirar sin etiquetas las acciones que buscan generar mejores condiciones de vida para las niñas y las mujeres de mañana.
Dicho lo anterior, desde hace tiempo me apetecía hablar de las acciones colectivas catalogadas como extremas o rebeldes. He aprovechado que el tema anda fresco con la toma de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en la Ciudad de México, la cual ocurrió la semana pasada por parte de las mujeres que en colectivos exigen justicia por las que no tuvieron voz y las incontables víctimas que este país ha dejado en el olvido y la impunidad. Que de ello hemos visto fotografías de mujeres con pasamontañas, paredes pintadas y pinturas de “héroes” rayados, pero más allá de los costosos cortes de carne encontrados en las instalaciones y una elección en su momento calificada por parte de la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) como polarizada y carente de legitimidad de la titular a cargo de la CNDH, el tema que me atañe y el cual quiero poner sobre la mesa con ustedes es la importancia de la rebeldía.
Más de una hemos tratado de hacer la versión “for dummies” para explicar la situación en México respecto a las violencias, sin duda las redes han servido de espacio para la fracción de personas que potencian el estereotipo de la feminista “posmo” o el calificativo peyorativo de “feminazi”, creando así toda una representación social de la mujer rebelde, pelirosa o peliazul, con sobrepeso, vello en todo el cuerpo y con los pechos descubiertos, acentuando así los estigmas y minimizando una pugna social tremendamente justificable por las brechas en los distintos ámbitos y por donde le veamos. Por lo tanto, estos memes y contenidos sin duda son un estorbo para mirar y entender el problema de la violencia de género. Pero a todo esto ¿se puede separar la rebeldía de las condiciones necesarias para el cambio social?
Estimar de manera “rigurosa” de si existe una mayor correlación directa entre acciones colectivas rebeldes, no rebeldes y su nivel de éxito, supondría un estudio minucioso de monitoreo de los alcances tangibles del movimiento feminista actual. Dudo que ello cambiaría la opinión de aquellos que minimizan la lucha, ya que ni las cifras ni la literatura ya existente parece no ser suficiente cuando hay falta de empatía.
Sin embargo, explicaré brevemente algunas claves para una visión más afable hacia las colectividades feministas. Siguiendo a (Tilly & Wood, 2009) el auge de los movimientos sociales significa expansión de las oportunidades democráticas y en muchos casos han marcado las pautas significativas en los sistemas políticos. Es importante tener claras tres cosas: primero, saber que tan sólo las marchas, las pintas y otras acciones irruptoras, son sólo una forma de las muchas acciones colectivas. Las cuales buscan hacer visible el descontento, la indignación y una petición ciudadana de algo que no está siendo atendido.
Segundo, el movimiento feminista no es un asunto unitario, es un movimiento viejísimo tan sólo por ahí del S.XVII y sus olas posteriores, éste ha tenido ajustes para ser como lo es actualmente, con sus diferentes voces y organismos que actúan por su cuenta las agendas locales, nacionales o internacionales que más les interesan. Es decir, existen a los cuales sólo les importan los derechos sexuales y reproductivos, otros a quienes les interesa el reconocimiento de las mujeres afrodescendientes en México, otras dan acompañamiento a mujeres desaparecidas, algunas deciden atender y generar refugios a víctimas de violencia de género, otras hacen investigación y generan bases de datos y cifras para dar acceso a la información, todas con acciones diferentes pero con el mismo tema de fondo: la dignidad de las mujeres y niñas.
Tercero, los movimientos sociales nos muestran otras formas de hacer política, pero no por ello quiere decir que las colectividades que les integran no puedan colaborar con las instituciones públicas, gestionar o vincularse con otros organismos, algunos deciden hacerlo y otros están completamente cerrados a ello. Al final es parte de la democracia buscar acuerdos y hacer valer u obtener derechos.
El tema es complejo, por un lado, nos vemos bombardeados en los medios básicamente de dos caras tajantes del feminismo actual, en una imagen las mujeres gritando, golpeando, pintando el espacio público y amenazando a los hombres que se cruzan en su camino; y por otro, las mujeres que no nos resultan incómodas, aquellas que desde otras trincheras también están atendiendo las brechas, pero en alguna medida sin tanto eco. Yo creo que el tema no es de feministas más buenas que otras, el tema de fondo se pierde entre estigmas, estereotipos y se ridiculiza una lucha legítima, cuando de fondo el argumento central es la vida libre para las niñas y mujeres de este país en pedazos.
No hay que olvidar los avances notables que en el país se han construido por voces feministas, rebeldes o no, yo les aplaudo lograr una Ley Olimpia, la alerta de género en varios municipios del Estado de Puebla, la despenalización del aborto en CDMX y Oaxaca con causalidad de voluntad propia. Evaluar la lucha feminista por una acción colectiva con etiquetas, nos hace perder de vista la empatía a las víctimas y nublan la validez de los logros tangibles en el camino, porque, aunque por las mañanas se diga algo distinto, México es feminicida.
fadia.marquez@criteriodiario.com

