“Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si esta ya fuera ceniza en la memoria”
(Jorge Luis Borges)
¿Y cómo evolucionó el vino cuando las viñas crecieron finalmente en un país libre y soberano? En la columna anterior les platique un poco de la historia del vino en la Nueva España y su lucha por sobrevivir frente a una corona que prohibía su elaboración, dejando para hoy su historia en el México Independiente.
Como toda Guerra, y no porque tenga experiencia en ellas, pero he visto muchas películas sobre la destrucción que deja a su paso, la de nuestra Independencia no fue una excepción, los pocos viñedos que quedaban fueron destruidos o abandonados, dando prioridad al movimiento armado, por ello a finales de 1821 se comenzaron labores de recuperación de vides y nuevas plantaciones de cepas (francesas principalmente).
El emperador de México, Agustín de Iturbide en 1823 protegió la producción del fermentado en territorio nacional gravando exclusivamente y por obvias razones con un impuesto del 40% a los vinos españoles, el resto de las importaciones pagarían un 35% mientras que el producto nacional tendría en un principio una tasa del 10% para posteriormente eliminarla por completo. Que desfortuna no poder contar en la actualidad con apoyos de este tipo, y no me refiero a no pagar impuestos, algunos no lo sabrán, pero en nuestro país esta bebida paga alrededor del 42% de impuesto entre IVA e IEPS (este último varía de acuerdo con la graduación alcohólica con la que resulte el producto final).
Antonio López de Santa Anna, presidente de México en varias ocasiones, en el año 1844 autoriza la creación de la escuela de agricultura, donde aparecen por fin asignaturas referentes al cultivo y manejo de la Vid, dejaríamos finalmente de hacer aguardientes y vinos dulces sacramentales para elaborar vinos tranquilos más competitivos, al menos esa era la intención.
La llegada del ferrocarril como sabemos fue uno de los inventos más importantes de la historia, y también lo fue para el desarrollo y crecimiento de la industria en cuestión, ya que gracias a él se podían transportar los embotellados, también las uvas antes de ser vinificadas, lo que permitió extender el comercio de cepas comprándolas en un valle para procesarlas en otro. Parece que todo va como miel sobre hojuelas cuando llega lo inesperado, la segunda amenaza de extinción del vino, y esta vez a nivel mundial, que se materializa con una plaga… La filoxera.
En América fue difícil reconocer este insecto parásito de la vid, ya que las plantas americanas eran resistentes a él, no corrieron la misma suerte las europeas que tuvieron su primer encuentro con este no tan amigable bicho en 1863, mientras que en nuestro país se presentó más tarde con las importaciones de vides europeas al Valle de Parras que realizó la familia Madero por ahí de 1890. Las cepas infectadas murieron y además contagiaron las variedades criollas de la localidad, una fatalidad. Esta es la razón por la que hoy el 90% de las plantas de vid en el mundo tienen portainjerto (raíz) americano resistente a la filoxera y un injerto (tallo) europeo para poder elegir la variedad de la uva, es como armar un lego.
Mientras el valle de Parras (el más importante hasta ese momento) sufría los estragos de este acontecimiento, en Baja California Norte, Francisco Andonegui y Miguel Ortmart plantaban vides en los terrenos de la antigua misión dominica de Santo Tomás, donde nació la primera vinícola de esta Región.
Llegamos al siglo XX, 1906 es el año cuando alrededor de 500 rusos emigraron a México durante la guerra de los Zares, estableciéndose en Ensenada para formar la colonia Guadalupe, lo que en la actualidad conocemos como el famoso Valle de Guadalupe, hermoso por cierto, ellos se encargaron de sembrar vides, sin imaginar que el noroeste de México se convertiría en la región más importante en materia de vinificación, responsable del 85% de la producción total del país.
Sufrimos una pausa en 1910 con la revolución, viendo la luz nuevamente en el México Post-revolucionario con la llegada del italiano Ángel Cetto, que en 1928 fundaba las bases de la bodega L.A. Cetto, estoy segura todos conocen, floreciendo rápidamente gracias a la gran oportunidad que se les presentó; la ley seca establecida en Estados Unidos, inevitable no aprovecharlo para surtir el sur del país vecino.
Baja California y otros estados se empiezan a poblar de vinícolas en sus diferentes Valles, se inician exportaciones, la producción vinícola se triplica, sin embargo, seguíamos careciendo de la calidad que el día de hoy conocemos, y no fue hasta 1987 que la historia cambia por completo con la consolidación de un proyecto en Valle de Guadalupe que aposto por elaborar el primer vino Súper Premium del país, así surge la Bodega Pionera en vino de alta calidad, Monte Xanic y esto es un dato histórico.
Hoy por hoy el vino mexicano, desde el norte hasta el centro, cuenta con una calidad espectacular. La industria sigue avanzando y mejorando día a día, enfrentando diferentes retos y profesionalizándose, aún queda un camino muy largo por recorrer, pero estoy segura que siguiendo adelante, pronto el mundo tendrá muchas más noticias del #VINOMEXICANO.
Consume producto nacional y sigue ayudando a la historia de éxito de esta industria y, de tu paladar, marida tus platillos favoritos con los caldos que te ofrece esta rica tierra.
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