El primer acercamiento que el ser humano tiene con el arte suele ser la canción. Mamá nos canta para dormir, la maestra nos enseña a través de canciones, los comerciantes nos convencen de comprar usando “jingles” y, cuando tenemos tiempo libre, son pocas las actividades recreativas que no saben más sabrosas con nuestra lista de reproducción favorita de fondo. Desde que nacemos, la música toma un papel importante en nuestra percepción del mundo que nos rodea y hace profundos surcos en la comunidad y su manera de comportarse.
Gracias al milagro del sonido grabado, la música se ha convertido en un artículo de primera necesidad en la vida de prácticamente cualquier ser humano que tenga acceso a los medios masivos de comunicación. Muy atrás quedaron los tiempos en que la música era inaccesible para la mayoría de la gente. Ya no es necesario tener un piano en casa o pagar a una banda de músicos para alegrar una fiesta, como no es necesario estar en una sala de conciertos para disfrutar de alguna pieza. El poder grabar y reproducir sonido vino a democratizar la música y con eso nació una nueva industria cuya evolución quedaría íntimamente ligada a los cambios sociales, políticos e identitarios de toda la humanidad.
Con la llegada de las nuevas tecnologías y formatos de entretenimiento, el carácter casi mágico que el músico poseía se ha ido difuminando un poco y esto, a pesar del disgusto de algunas vacas sagradas de la industria, no me parece para nada perjudicial, pues no sólo motiva a la gente “común y corriente” a empoderarse a través de la práctica de arte, además nos ha regalado un colorido abanico de nuevas opciones. Cada vez es mas común encontrarnos con programas de televisión que muestran un escaparate increíble de talento temporada tras temporada, dándonos a entender que estas capacidades no son tan raras como se pensaba, o nos hacían pensar.
El internet fue el siguiente paso y ahora mas que nunca la música es de todos y para todos. Basta un chapuzón a las plataformas digitales para descubrir miles de opciones con música de calidad para cada gusto y provenientes de cualquier lugar del planeta.
El sueño de los hippies, la pesadilla de los ejecutivos
Que la música sea gratuita y su distribución dependa puramente del gusto del público hubiera parecido un sueño utópico para los “hippies” que lideraban en ese entonces a la naciente industria discográfica. Esta generación levantó un fenómeno importante en todo el mundo utilizando como máximas herramientas la música y el cine; mismo fenómeno sería aprovechado por la siguiente generación de ejecutivos para afianzar a una de las industrias más grandes de la época moderna.
Hasta hace no tanto tiempo, los ejecutivos de las disqueras (comúnmente vinculados a las televisoras y a la industria del cine) definían a capricho lo que se escucharía en los próximos meses y esto resultaba un negocio redondo y robusto. Este sistema logró coronarse y volverse parte del “status quo” durante décadas hasta que, en años recientes, comenzó a ser sustituido gradualmente por el muy ambiguo ciclo de creación-difusión-influencia-cobro que ahora se alza como indiscutible favorito. Un “track” puede convertirse en una sensación a nivel mundial sin necesidad de enormes despliegues de publicidad y una persona común y corriente puede saltar a la fama sin tener detrás el entramado de espejos y brillantina que se suponía necesario en el pasado cercano. El mercado se ha vuelto más difícil de leer y el negocio redondo parece más un cuerpo tridimensional irregular que cambia de forma día a día.
“Tu video ha sido parcialmente silenciado”
Todavía hay grandes capitales e instituciones detrás del mundo de la música y, como muchos de los grandes capitales e instituciones que se han visto amenazados por el gran salto tecnológico del siglo XXI, están dispuestos a evolucionar con tal de no extinguirse, siempre y cuando puedan encontrar un nuevo balance que juegue a su favor.
El lado más radical de la industria nació junto con las primeras plataformas de distribución en línea como “Napster”, cuando saltaron varios artistas a exigir cárcel y multas millonarias para niños de quince años que rolaban mp3 de baja calidad a 5kbps y el péndulo llegó al otro extremo cuando la velocidad creció y desaparecieron las reglas. Ni siquiera el cómodo método de la compra digital y el pago en línea pudo competir con la nueva opción: escuchar un álbum completo desde YouTube que alguien anónimo “subió”. Incluso la aparición de los sistemas de “streaming” de paga se ha visto pequeña como intento de lograr el tan esperado balance.
Una de las respuestas más violentas, pero efectivas, ha sido la creación de algoritmos especialmente diseñados para reconocer producciones protegidas bajo las leyes de tal o cual país y bloquear dicho contenido si el usuario que busca compartirlo no cuenta con los derechos. Es violento para los usuarios que quieren subir un video de su mascota con una canción de fondo y es violento para muchos artistas que dependen de la obra grabada y registrada para poder funcionar como DJs, artistas del “lip synch”, imitadores, etc. Al no depender de la inteligencia humana y basarse en la generalidad de un algoritmo, la efectividad de este sistema supera por mucho el escrutinio de las autoridades locales de cada país, quienes deberían revisar que las obras protegidas no sean usadas con fines lucrativos en comerciales de televisión y radio, así como en campañas políticas, pero dejar pasar los contenidos familiares y sin fines de lucro o promoción.
Hay maneras de librarse de estas restricciones y casi todas ellas están relacionadas con la intención de capitalizar o no el contenido que se desea compartir. La idea es que los usuarios que deseen vender o promocionar un producto opten por usar música original o paguen los derechos de las composiciones que aparecen en sus contenidos y que, eventualmente, los videos familiares queden exentos de esta prohibición, aunque aún no queda claro cómo podría funcionar esto en el futuro. La situación antes descrita hace que la opción más segura sea conseguir material “libre de derechos” o contratar a un compositor para vestir cada uno de los videos que se deseen promover.
Me parece que este nuevo sistema terminará por jugarle en contra a las redes sociales como Facebook y YouTube, quienes todavía dependen considerablemente de los contenidos espontáneos que los usuarios comparten y cuyo nuevo sistema de cobranza y pagos por publicidad dejó en último plano a los creadores de contenido independientes y permitió la existencia de la “censura por acoso”, haciendo difícil para muchos usuarios hablar de temas sensibles como política, religión, sexualidad o educación en varios países del mundo, México incluido.
“Me gusta más en vivo…”
Si la música está a un “click” de distancia en las redes y es prácticamente gratis, ¿de qué viven los artistas? Justo ahora y en los próximos meses, no sé qué rumbo tome la industria de la producción musical, pero hasta el año pasado la oferta de entretenimiento en vivo estaba en una interesante fase de ajuste y parecía la opción lógica para suplir la ambigüedad del nuevo sistema de regalías.
Mientras que la democratización tecnológica hizo surgir un sinnúmero de talentos en todos los rincones del planeta, al mismo tiempo pulverizó la influencia de las grandes disqueras y esto dejó a la deriva a más de una generación aún viva y vigente de músicos y cantantes cuyas carreras se forjaron a través de relaciones y dinámicas ahora obsoletas. Al mismo tiempo tenemos nuevos artistas que jamás hubieran salido del bar de la esquina sin la existencia de las redes sociales y tenemos viejos lobos de mar luchando por reinventarse y adaptarse a un de por sí difícil medio.
Es muy complicado adelantarse y describir el futuro próximo de los espectáculos en vivo, pero se me antoja decir que el confinamiento llegó en un momento en el que a los artistas no les quedan muchas opciones y, con la realidad enfrente y sabiendo lo que sabemos, no las habrá hasta que tengamos una vacuna y podamos regresar al ritual de carne y hueso. Mientras, la gente sigue creando desde sus casas (de eso hablamos la próxima quincena) y cuando hace falta sale a cantar a los balcones.
El “soundtrack” del planeta sigue avanzando compás por compás y en su melodía hay pasajes complicados, periodos de silencio y momentos memorables. Las monedas van cambiando de manos, pero eso no le importa a la música. La música va a seguir existiendo por siempre, sonando en HD en el único lugar donde realmente existe: nuestra cabeza.
@aldoobregon