Crónica de una casa autoconstruida

Criterios Enrique Acuña González

Alguna vez se han preguntado ¿cuánto es lo que en realidad cuesta hacerse una casa y las cantidades de dinero que se pueden ahorrar si la hicieran ustedes mismos? En principio es obvio que todo lo que hace uno mismo siempre va a ser más barato que si decides comprarlo en una tienda o contratárselo a algún externo. Tú mismo podrías pintar todos los muros de tu casa, si quisieras podrías hacerte tu propio café en vez de comprarlo en Starbucks y para los más habilidosos está la posibilidad de fabricar tus propios muebles con materiales reciclados que indiscutiblemente te van a salir en una ganga comparado a lo que puedes ver en Amazon. El ahorro es proporcional al tiempo y la complejidad del trabajo que quieres hacer, cuando se trata de una remodelación o ampliación los montos pueden estar rondando las decenas de miles de pesos, siempre y cuando tu hagas ese trabajo. Con esa premisa iniciamos la columna de esta semana. 

Esta es la historia de Don Gaudencio, un honesto empleado que después de 35 años de trabajo duro tiene la oportunidad de retirarse con una buena pensión y disfrutar de todos los años que le quedan junto a sus seres queridos y familiares. A lo largo del tiempo, desde que empezó a trabajar ha podido tener un dinerito ahorrado para hacerse de un terreno y de ahí ir construyendo su casa. Desde su infancia él solo aprendió a hacer todo por su cuenta: aprendió a pegar tabique y repellar muros para ganarse unos pesitos, sabía cómo reparar tuberías de cobre para agua potable, en un verano hasta juntó el dinero para su primer coche cuando pintaba las casas de sus vecinos. Llegó a trabajar en talleres mecánicos, imprentas y demás oficios pequeños para poderse pagar su carrera universitaria y salir adelante con un título que le dio la oportunidad de colocarse en una gran empresa reconocida de los años 80s. A lo largo de 35 productivos años, aprendió a administrarse y destinar parte de sus ingresos en su futuro para poder hacerse de su casita. 

Don Gaudencio empezó a fijarse en las medidas de las casas de sus amigos y familiares, preguntaba cuanto espacio necesitaba para un comedor, un baño, una cocina y aprendió a identificar medidas a simple vista. Con esa experiencia adquirida decide comenzar a construir su casa. Él quería tener una casa bonita y bien hecha como la de sus vecinos, entonces le dijo a su amigo el maestro albañil que les echara un ojo para que le ayudara a hacerse una casa como la de Don Esteban: de muy buen gusto y construida por uno de los arquitectos de más renombre en la zona. No tenía sentido gastar tanto dinero en un arquitecto si enfrente tenía un claro ejemplo de cómo deben quedar las cosas y tenía a la mano a un albañil que le iba a cobrar barato, pues es casi su compadre.  

Llega el día del primer trazo de la casa y él mismo con cal en la mano le indica al maestro albañil las medidas de su casa en el terreno, cuando se da cuenta que en su terreno no cabe por completo todo lo que tenía pensado. Entonces, empieza a reducir las medidas de lo que quería, quitándole espacio a su sala, a su cocina y eliminando el baño de visitas. Total, los amigos y familiares pueden tener la confianza de pasar a su propio baño si es necesario. El albañil pone manos a la obra y empieza rascar la cimentación. Se dan cuenta que el terreno no está lo suficientemente firme para soportar la casa, a lo que el albañil confiando en su experiencia decide hacer la cimentación más ancha. En el primer colado el día sábado, hicieron mal el cálculo del volumen del concreto pero para no pedir más optan por hacer concreto en obra para completarlo, pero hasta el lunes porque ya había terminado el día. 

Así como las anteriores, cada semana había un problema que don Gaudencio tenía que estar resolviendo mientras también atendía los pendientes de su trabajo. Los fines de semana él mismo se ponía a repellar, a pegar tabique, a ponerle su sello y sentir que podía estar participando en la construcción de su patrimonio. Entre más tiempo llevaba la obra, más problemas había que resolver. Qué si un muro estaba desplomado, ¡qué importa! El yesero lo puede corregir con más pasta. Qué se equivocó el albañil y necesita más varilla, ¡no pasa nada! Es normal que falte material. Qué contó mal el albañil y ahora le sobró varilla pero no importa porque se lo va a llevar para venderla por kilo. Qué los pisos quedaron descuadrados, le ponemos un mueble para tapar el detalle. Qué ya se metieron las humedades en los muros, pues les ponemos más pintura e impermeabilizante para que aguante. Todo fue una cadena de decisiones que una tras otra se iban notando más y más. 

Al final, Don Gaudencio tenía una casa que él mismo pudo hacer con sus propias manos, bajo su propia dirección e invirtiéndole mucho tiempo y esfuerzo. ¿El resultado? No hay muebles que quepan en su sala, la cocina quedó muy grande, en las recámaras sobró mucho espacio pero sólo tienen un baño completo, no pasan las camas por la escalera. Ni siquiera se ve como la casa de Don Esteban. Y la peor noticia: se gastó el doble de lo que pensaba que se iba a gastar. 

Para salir de las dudas, le preguntó a un amigo arquitecto en cuanto le hubiera salido hacerse su casa con él. Para su sorpresa, el arquitecto sí le cobraba más de lo que al principio pensó que se iba a gastar, pero mucho menos de lo que al final terminó gastando. Pero no hay vuelta atrás, la casa ya está hecha. Todo sea por ahorrarse al arquitecto. 

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