Pausa Obligada

Criterios Josimar Alejo

Las coyunturas políticas son momentos de inflexión en el tiempo de algún fenómeno de poder. Un punto de coincidencia del tiempo cronológico y el tiempo sociohistórico donde interactúan: actores, proyectos e intereses; mismos que, luego de su impacto, tienen un movimiento en un sentido diferente a la ruta que habían perseguido hasta entonces. 

Así nos sucedió la semana pasada cuando aconteció el supermartes de elecciones estadounidenses, día que se traslapó hasta entrado el sábado 7 de noviembre. Un supermartes que se estiró entre la zozobra, la incertidumbre, la descalificación, el oportunismo. Una semana que marcará un antes y un después, esto al menos en el corto plazo. 

Esta columna está dedicada a temas parlamentarios, sin embargo, el acontecimiento fue tal que, resulta imposible no escribir de él y lo que significa al menos para quien esto escribe. ¿Cuál era el contexto del arribo de Trump al poder? ¿Qué llevó a nuestros vecinos del norte a votar hace 4 años por Trump? ¿Cuáles fueron entonces las expectativas que se trazaron con respecto a su gobierno? y ¿Cuál sería el tono de la relación con nuestro país?

El año 2017 fue convulso en cuanto a la recomposición del orden político mundial, al menos en el occidente de nuestro planeta. El humor público parecía haber sufrido una sacudida al agotarse un modelo basado en el stablishment político, económico y social. Tal circunstancia orilló a los ciudadanos de diversas latitudes a voltear a ver y considerar como opciones de cambio a ideas populistas y, en algunos casos, a candidatos populistas. 

En tan sólo unos meses se experimentó: el Brexit, el NO a la paz en Colombia, la muerte de Fidel Castro, el triunfo de Macron en Francia, así como el triunfo de Trump. 

En el último caso, recuerdo perfectamente que para todos parecía una broma la incursión de dicho personaje en política y elecciones, hasta que se convirtió en una realidad insoslayable. Entonces todo mundo quiso tomar en serio una circunstancia para la que claramente no se estaba preparado. Hay que decirlo, Trump ha sido un político con un discurso constante: basado en los señalamientos obtusos y reflejándose en un sentido xenófobo tendiente a la exaltación de la superioridad racial. Esta característica hacía muy asequibles las comparaciones (tal vez un tanto exageradas) con gobiernos emanados desde las mismas características de corte nacionalista. 

Nuestro personaje llega a la presidencia como producto de un posicionamiento mediático de altas proporciones, al ser ubicado como un “outsider” de la política. De la misma forma, aunque no se consideraba un “político”, parecía tener un sentido electoral de alta precisión. Su apuesta fue convencer a la clase media y baja de los estadounidenses hartos de un estancamiento en el ámbito económico. Su presencia, discurso y desfachatez llamaron la atención y brindaron la esperanza para ese sector “olvidado”. 

Paul Berman en un artículo publicado por Letras Libres había descrito de esta manera su vinculación y éxito electoral: “…empezó a cosechar sus sorprendentes victorias, los sociólogos y economistas explicaron que había conectado con la infelicidad de la clase trabajadora blanca, afectada por los salarios estancados o decrecientes y por la desaparición de las viejas industrias…”. 

Culpó incluso, en su discurso, de esa situación los inmigrantes mexicanos, convocando a deportaciones masivas, así como a proyectar la construcción del muro fronterizo por el que, habría de pagar el gobierno mexicano. Este tipo de arengas son las que conectaron aún más con el público y electorado descrito en el párrafo anterior. 

Incluso, en una recopilación de estudios de opinión pública recabada por el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República, se determinó el perfil del votante afín al todavía presidente de EUA: en su gran mayoría se definen como de ideología conservadora; más del 80% lo consideraban la mejor alternativa para lograr un cambio, y; más de la mitad de los encuestados aplaudían su “patriotismo”, entre otras minucias. 

México se cimbró cuando Trump anunció  la renegociación o, en su caso, desaparición del Tratado de Libre Comercio del América del Norte. 

La relación -siempre asimétrica- de nuestro país con Estados Unidos tendría una dura prueba, aún más con un gobierno encabezado por el expresidente Peña Nieto, debilitado por una profunda corrupción y los niveles más bajos de aprobación de un mandatario en décadas. A ello habría que sumarle (o restarle) la debilidad estructural de nuestra economía y la consecuente crisis social en la que nos encontramos desde entonces. 

Esas fueron las circunstancias durante la campaña y los primeros días de gobierno de Trump.

Podemos concluir que fue un fenómeno político electoral digno de análisis. Luego de su éxito en urnas, prosiguió su plan llegando a concretar sus proyectos: el nuevo T-MEC, una parte considerable del muro, endureció las políticas migratorias, entre otros resultados. 

Cuidó en todo momento a su electorado, no dejó de estar en campaña permanente y tampoco guardó el uso de la animadversión en su discurso. Apostó su capital político-electoral a esa estrategia que no alcanzó para lograr la reelección. No obstante ello, habrá que reconocer que, se mantuvo competitivo y aún hoy, está construyendo una estrategia jurídica que le permitan retener la presidencia norteamericana. Si tendrá éxito o no, será algo que se determine en las próximas semanas o meses. 

La irrupción de Trump en el espectro político electoral no es un accidente de la democracia, más bien, es uno de los más crudos y fríos reflejos de lo que es capaz de elegir un ciudadano ante el desencanto y por qué no decirlo, ante la desesperación de contemplar a una clase política inmóvil, ineficiente y en muchas de las ocasiones cínica, ante los problemas más profundos y estructurales de una sociedad. 

Sin duda el planteamiento hecho nos hace preguntarnos: ¿Para quién está dirigida esta pausa obligada? El populismo estadounidense aún tiene un respaldo considerable que, de fracasar el gobierno de Biden, podría regresar con nuevos bríos y nuevos rostros.  

josimar.alejo@criteriodiario.com