Frente a la cámara

Aldo Obregón Criterios

Recuerdo claramente sólo una película del gran Joaquín Pardavé: “El Casto Susanito”. 

Como muchas películas de la época, la mayoría de la acción sucedía, en la ficción, dentro de un teatro y, en la grabación, dentro de un enorme “set” adecuado para albergar enormes escenografías, telas kilométricas que cuelgan de elevados techos y un sinnúmero de cachivaches tecnológicos necesarios para crear la “magia del cine”. 

Cuando la cámara llegó al mundo sacudió los más elementales principios del entretenimiento y poco a poco, los cánones no escritos del comportamiento actoral fueron cambiando, destruyéndose y rearmándose hasta consolidar lo que, aún de manera endeble, conocemos como la “actuación frente a cámara”. 

Creo que es natural que los primeros acercamientos del cine estuvieran íntimamente ligados a la experiencia teatral. Recordemos que el primer papel que la cámara desempeñó para los todavía muy impactados productores de la época fue el de un mero ojo mecánico, una manera tecnológica de transportarnos a un espacio específico que en realidad existe, aunque esté del otro lado del mundo. 

Poco a poco el la cámara y el teatro se fueron haciendo casi irreconciliables. 

“Gracias por sus aplausos” 

Me tocó armar un espectáculo virtual a pesar de todas mis reservas. 

Se hizo la publicidad, se ensayó el repertorio, se armó la prueba de sonido, se pasó por maquillaje y peinado como si fuera el estreno de cualquier obra. 

Los nervios estaban presentes al igual que el ruido que normalmente me llena la cabeza cuando estoy contando llamadas para mis adentros. 

Todo estaba ahí: cada ingrediente del alquímico proceso estaba puesto y dispuesto en su lugar. La temperatura era la correcta. Pero no había público. 

Terminó la primera canción, el sudor me corrió por la frente y la energía del cuerpo gritaba que el show había comenzado y no podría parar hasta que la última nota dejara de sonar. Pero no había público. 

El aplauso virtual no se escucha y no se siente. Muchas cosas se pueden colar por los cables, brincar por los aires y aterrizar en el corazón. Pero no el aplauso. 

Horas después pude leer mensajes de apoyo, leer “haha jaja jeje kkk” cuando el chat coincidía con la hora del chiste, leer emojis de manitas en movimiento y todo eso. Pero no había público, no hubo público. La gente pagó su boleto, se conectó a la hora prometida, se sirvió una cerveza o un trago y disfrutó del concierto. La gente me escuchó y el espectáculo sucedió. Pero no hubo público. 

Se me antoja decir algo así como que “hubo privado”, o algo igualmente ingenioso para describir la sensación de estar cantando al vacío con la certeza de que el universo escucha. No es tan desangelado como se lee, aunque sí es un poco frío. 

No me desagradó y creo que con algo de maña podría volverse una experiencia muy repetible en los próximos meses. Diferente. Aunque no haya público. 

“Yo sé que se están riendo en casa” 

Es como intentar leer los ojos de alguien que no fija la mirada.  

Normalmente el artista lee al público conforme la noche avanza y esto le permite “ajustar” su rutina según las necesidades humanas reunidas. La larga distancia mata totalmente esta lectura y te deja en un incierto “ojalá”. Ojalá los chistes caigan, ojalá se escuche bien, ojalá se entienda de qué va todo esto. 

Comprendo ahora el por qué ciertos programas se graban con público en vivo y por qué es tan necesario el “track” de risas pregrabadas para que ciertos espectáculos puedan caminar. La verdad es que, a falta de una prudente lectura del público, al artista no le queda más que intentar forzar el alimento directamente en la garganta del espectador. 

Es violento, sí, pero también se ha vuelto necesario en los últimos años. 

“Números, números, números…” 

La estadística es la nueva arma predilecta del artista que no puede comunicarse con su público. 

Números que representan risas, números que representan manos aplaudiendo, números que representan la atención de la gente a cada una de las palabras que salen de nuestra boca. 

El algoritmo avanzado nos permite analizar lo que antes dejábamos a la intuición y esto, aunque no estoy seguro de que termine beneficiando al arte, le da al artista una salida ante la imposibilidad de conectar humanamente con el otro. 

Desde que el mundo es mundo el artista ha tenido que entender que su obra representa dinero y que ese dinero crece o disminuye según leyes no escritas que son tan frágiles como ambiguas. Ahora, gracias a la certeza del muestreo y los porcentajes de error previamente contemplados, el análisis del público tiene más que ver con el despertar de los impulsos primitivos que con el esfuerzo humano de ver más allá. 

Tiernos intentos del arte frente a la pantalla, tiernos intentos de seguir vivos en un mar de unos y ceros, tiernos intentos de mover corazones en videos de cinco minutos que funcionan mejor si son en HD, evitan ciertas palabras y responden a ciertos impulsos que nadie nombra, pero todos compartimos. 

@aldoobregon