La bandera arcoíris se va nutriendo con nuevos colores, símbolos y significados conforme los años pasan. Al inclusivo mundo de la diversidad sexual se han sumado expresiones cada vez más específicas y nuestro entendimiento de la realidad emotiva, carnal, reproductiva y recreativa del prójimo, además de la propia, se torna compleja para los que se sienten ajenos y cada vez más clara para los que se van reflejando en cada nueva y brillante barra.
La idea de representar a todas las expresiones, matices e ideas trae consigo la enorme maldición de la costumbre y el privilegio, ya que, al ser imposible dar espacio a absolutamente TODO lo que existe en el plano en el que las cosas pueden existir, cada elemento señalado deja afuera a un infinito de posibilidades. La repetición de ciertas representaciones crea normalidad, la normalidad lleva eventualmente al reconocimiento y el reconocimiento puede terminar privilegiando a quien hace poco tiempo podría haberse considerado aún un paria social o moral.
Durante siglos el arte ha representado lo más íntimo del espíritu humano y en su sabio andar nos ha regalado las bases que nos han permitido transformar lo que se ha transformado. Dentro del teatro, los roles de género y las representaciones de lo interno se vuelven ambiguas y el juego nos permite explorarnos; en la danza los movimientos estéticos van más allá de lo masculino y lo femenino para presentarnos la belleza andrógina que la gravedad le arranca al cuerpo; la pintura destroza toda la identidad del autor y nos deja con lo que el ojo retrató y el cerebro procesó.
En la actualidad, el arte continúa siendo la piedra angular de la transformación identitaria en todo el mundo y, como siempre ha sucedido, los “hitos” de la cultura popular terminar permeando hasta lo más íntimo de los influenciables seres que somos. Una cantante publica un provocativo disco en los noventas y treinta años más tarde es visto casi como arte clásico: lo transgresor termina asimilándose y creando unidad en vez de disrupción. Un cineasta crea una polémica obra de arte que es censurada en varios países y décadas después se convierte en un referente de la estética estudiado hasta en los más conservadores colegios.
Así, la estridencia se asimila, la rareza termina representándose hasta hacerse normal y los grupos, o por lo menos algunos sectores, que antes eran despreciados y relegados terminan cargando tremenda fuerza política, cultural y social.
“Los jotos nos cuidan”
Vivo en un barrio medio bravo. Aquí todos son familia o compadres o conocidos de años, menos los intrusos como mi pareja y yo.
Vivimos aquí juntos desde hace casi seis años y somos ampliamente reconocidos en la comunidad por varias cosas pero, principalmente, por ser la pareja homosexual que ronda de aquí para allá sin tapujo ni pudor, igual diciéndose cariñitos en la tortillería que echando el chisme con las vecinas.
En mi cabeza aún habita un poco de la percepción que hace unos años imperaba y sé que la realidad que ahora me toca vivir es un paraíso en comparación a cómo se la podría haber pasado otra pareja gay en este mismo barrio, digamos unos veinte años atrás.
Aún queda mucho qué hacer y las banderas, por más bellas y coloridas que sean, no nos van a hacer el trabajo sucio.
Desde este nuevo privilegio, el de ser un hombre homosexual aceptado y querido por familia y comunidad, debo preguntarme cómo expandir el espectro de tolerancia a los demás colores del arcoíris.
@aldoobregon