De princesas, sultanes y dragones

Aldo Obregón Criterios

“Escribir novelas como se escriben las canciones”

Me eduqué a escribir canciones de lo que conozco, de lo que me duele y de lo que dudo. Aprendí a usar las palabras como si costaran, como si se me fueran a acabar. Si puedes decirlo en una palabra en vez de en diez, mucho mejor. Es más, si no es absolutamente necesario decirlo, no lo digas. Todo lo que sobra, estorba. Parece que hay cierta obsesión por la síntesis, pero no es así. Resulta que, por lo menos en mi caso, el mensaje siempre es más potente cuando está escrito con pocas palabras.

En la canción uno tiene tres minutos y chacho para redondear una historia, pintar un cuadro o resumir una postura ante la vida. Cada segundo cuenta.

Hace unos años leí (escuché o me inventé) que los novelistas deberían de escribir novelas como se escriben las canciones y alguna vez también escuché al poeta Ricardo Yañez decir que esa es la razón por la que a veces los poemas más importantes de una generación se esconden entre arreglos musicales y voces afinadas.

En la canción uno busca conmover y dejar una quemadura que arda durante la mayor cantidad de tiempo posible. Corrijo: eso es lo que yo personalmente he buscado con mis canciones.

“Hacer reír”

Tengo gracia y me es fácil captar la atención del público. Con el tiempo me he vuelto bueno en hacer reír a mis amigos, colegas y alumnos y creo que tengo buen oído para la comedia; pero todo esto no me acerca ni lo más mínimo a ser un comediante. Soy un ser gracioso abajo del escenario y los dioses saben que durante mucho tiempo no lo fui arriba de el.

Por lo previamente expuesto, es natural que mi primer espectáculo “cómico” se haya estrenado entre inmensas dudas, abismales inseguridades y una sensación salada en todo el cuerpo.

La comedia se trata de un montón de cosas que hasta hace poco tiempo me eran totalmente ajenas y que, al mismo tiempo, ya coqueteaban con mi ser escénico desde hace muchos años. Resulta que. Mucho de lo que no funcionó sobre el escenario de las peñas y los bares resulta muy efectivo en el teatro, cuando la atención del público y su energía están buscando conectarse con una narrativa más a propósito falsa.

Los chistes “caen” y la historia se siente entretenida, pero todavía no se siente comedia, todavía falta algo (mucho). Ya se dio un paso. En tacones.

“Dragones…”

Escribir debe de ser siempre un acto que nos deje un poco lastimados, creo. Decía Capote “cuando Dios te da un don también te da un látigo y ese látigo solo es para flagelarte”. No estoy diciendo que yo sea talentoso, pero sí creo que en la búsqueda de hacer algo que muestre talento uno debe actuar sin temor y tal vez buscando abrir una herida o refrescar una cicatriz.

He encontrado que, así como en la canción es importante escribir trepados a las propias emociones, en el teatro es importante escribir arriesgándonos sin pudor y, más si se trata de hacer reír, a hacernos trizas en el texto. Burlarse de uno mismo es el mejor y más liberador comienzo. Reírse de uno mismo empodera y sana.

Para esta primer apuesta, decidí arriesgarme y juzgar algo de mi convirtiéndome en un dragón, uno que no es peligroso por sus enormes garras o por lanzar bocanadas de fuego por el hocico, sino por saberse un animal místico que puede pasar por encima lo que sea para obtener su tesoro.

“Lo más peligroso de los dragones no es que echen fuego o que tengan garras grandes o colmillos afilados. Lo más peligroso es que los dragones, contrario a lo que la gente piensa por los cuentos del oficialismo, son encantadores. Suelen tener mucho verbo, plática interesante, mucho carisma y esa aura mística que tienen los animales salvajes, fantásticos y prohibidos. Hay dragones que tocan guitarra, otros sacan fotos o se codean con gente importante. Apantallan, saben qué es lo que te duele y te soban el cuerpo y el alma con palabras dulces, te envenenan por el oído”