Por: Redacción Criterio Diario/ Foto: REUTERS
Cuando la victoria electoral de Emmanuel Macron apareció en las pantallas de televisión montadas en el principal centro de votación del bastión de la candidata de extrema derecha Marine Le Pen en Henin-Beaumont, en el norte de Francia, había ira y decepción grabadas en los rostros de sus seguidores.
En esta antigua ciudad minera del norte de Francia, donde el desempleo es alto y el ayuntamiento está controlado por el partido de Le Pen, había grandes esperanzas de que la extrema derecha rompiera esta vez el techo de cristal que la ha mantenido fuera del poder.
El apoyo al nacionalismo económico de Le Pen es alto entre la mano de obra de cuello azul de la región. También lo es un profundo desdén por un presidente visto como fuera de contacto con la gente común.
“Nunca había odiado tanto a un presidente”, dijo Marie Souillard, de 50 años. “Aún no me doy cuenta del todo, pero mañana voy a estar como, él estará aquí por otros cinco años. Estoy viviendo una pesadilla.”
Souillard esperaba que su esposo, un camionero, pudiera retirarse antes si Le Pen hubiera ganado, pero esas esperanzas ahora se han desvanecido.
“No entiendo a todas estas personas que vitorearon a Macron, es inaceptable, cuando miras todo lo que ha hecho”, continuó.
Le Pen, que se había presentado a la presidencia por tercera vez, prometió seguir luchando en las elecciones parlamentarias de junio.
En su discurso de victoria, Macron reconoció que muchos votantes que se habían unido a él lo habían hecho solo para mantener a la extrema derecha fuera del poder.
“Tendremos que ser benévolos y respetuosos porque nuestro país está plagado de tantas dudas, tantas divisiones”, dijo a sus seguidores.