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2 de octubre de 1968: ¿Quién dio la orden?

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El 2 de octubre no se olvida, pero tampoco se aclara.

El Estado mexicano ha intentado resolver la deuda histórica que se tiene con los mexicanos, o lo ha simulado al menos. Todos los gobiernos lo prometen. Fox creó la Fiscalía para resolver los crímenes del pasado, abrió un proceso contra Luis Echeverría porque Díaz Ordaz ya había muerto y su abogado, el entonces temible Juan Velázquez resolvió favorable para Echeverría mediante un amparo que alegaba que el delito ya había prescrito.

Calderón y Peña Nieto simularon, hablaron del tema a regañadientes, pero aprovechando que era una demanda principalmente de la izquierda, es decir de sus opositores políticos, no impulsaron más intentos que publicar en sus redes sociales, pero no se atrevieron a pisar la plaza de las 3 culturas en Tlatelolco o a intentar investigar más del tema.

En 2008, la entonces ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación propuso la creación de la Comisión de la Verdad imitando modelos de otros países latinoamericanos, sin embargo, no se logró crear hasta 2021 cuando Alejandro Encinas anunció su creación y casualmente, entregará los resultados de las investigaciones hasta que termine la administración del actual presidente. Irónico que esta sea la respuesta del gobierno de la izquierda.

De los sucesos del 2 de octubre del 68 sabemos muchos elementos con los que se narra una historia: Días antes de que iniciaran los juegos olímpicos México 1968,   se concentran los jóvenes en la plaza de las 3 culturas, existían personas que supuestamente pertenecían al Batallón Olimpia y que portaban un guante blanco, se lanzó una bengala que daba órdenes contradictorias tanto al ejército como a los miembros de Olimpia, francotiradores estratégicamente ubicados y miembros de dicho batallón empezaron a disparar en contra de los soldados y éstos respondieron contra los estudiantes y civiles que se encontraban presentes. Murió un número incierto de estudiantes, soldados y civiles.

Existen miles de documentos que se han estudiado hasta el cansancio, libros, literatura, canciones, poemas, películas, artículos, conferencias, libros, publicaciones, pero ninguno de ellos ha logrado dar una respuesta atinada a las familias de las víctimas ni a la sociedad que exige respuestas.

La serie de Amazon Prime, Un extraño enemigo, atribuye la matanza al conflicto por la Presidencia de la República entre Luis Echeverría, Emilio Martínez Manatú y Alfonso Corona del Rosal quienes manipularon y operaron para generar violencia entre los estudiantes, aprovechando los grupos policiales y militares que tenían a su cargo en las dependencias que dirigían. Díaz Ordaz dio un discurso en su último informe de gobierno en el que se asumía responsable de la matanza de Tlatelolco. Todos ellos, así como el General Marcelino Barragán, entonces secretario de la Defensa Nacional están muertos y nunca pisaron la cárcel.

El 2 de octubre no se olvida, pero tampoco se castiga ni se aclara, queda en la memoria de los mexicanos como uno de los sucesos más dolorosos e indignantes que se quedaron en completa impunidad.

Entre muchas obras de arte dedicadas al 2 de octubre de 1968, Jaime Sabines escribió un poema de lectura dura y franca:

Tlatelolco 68

Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)

Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y Justicia Social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.

2

El crimen está allí,
cubierto de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.

El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen está allí.

3

Habría que lavar no sólo el piso; la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.

La bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.

4

Confiaremos en la mala memoria de la gente,
ordenaremos los restos,
perdonaremos a los sobrevivientes,
daremos libertad a los encarcelados,
seremos generosos, magnánimos y prudentes.

Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero instauramos la paz,
consolidamos las instituciones;
los comerciantes están con nosotros,
los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos,
los colegios particulares,
las personas respetables.
Hemos destruido la conjura,
aumentamos nuestro poder:
ya no nos caeremos de la cama
porque tendremos dulces sueños.

Tenemos Secretarios de Estado capaces
de transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados y senadores alquimistas,
líderes inefables, chulísimos,
un tropel de putos espirituales
enarbolando nuestra bandera gallardamente.

Aquí no ha pasado nada.
Comienza nuestro reino.

5

En las planchas de la Delegación están los cadáveres.
Semidesnudos, fríos, agujereados,
algunos con el rostro de un muerto.
Afuera, la gente se amontona, se impacienta,
espera no encontrar el suyo:
«Vaya usted a buscar a otra parte.»

6

La juventud es el tema
dentro de la Revolución.
El gobierno apadrina a los héroes.
El peso mexicano está firme
y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos, hospitalarios, sensibles
(¡Qué Olimpiada maravillosa!),
y ahora vamos a seguir con el «Metro»
porque el progreso no puede detenerse.

Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que constituye la patria de nuestros sueños