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¿UN MUNDO DE HOMBRES PORQUE ENTRE LAS MUJERES NO CONSTRUYEN EL DE ELLAS?

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Lo primero es decir que el título, sin el contexto de la idea, es un tanto sensacionalista. Y antes de recibir los abucheos, déjenme plantear la idea, la cual no es absoluta y aún menos, puede ser generalizada, pero también debo decir, tampoco minimizada.

También es importante decir que, aunque siempre escribo en esta columna de temas históricos, arte y poder, creo que con ocasión al mes de las mujeres y con ocasión a que las luchas de género son luchas de poder, con impactos directos en la política y en el desarrollo de nuestra sociedad, y de las venideras, es válido por este motivo, simplemente hacer una escrito de opinión y abrir por qué no, un debate.

El trato en ocasiones despectivo hacia las mujeres por serlo, la autoridad o tranquilidad social con la cual los hombres hacen exclamaciones sexuales, sensuales o insinuaciones en vías públicas a las mujeres sin que ello pueda ser confrontado, dado que se ha aceptado comúnmente “su ignorancia” y se les perdona porque “tradicionalmente así los han criado”, y si se reprocha cuando una mujer se detiene a confrontar y pedir respeto, tachándosele de “escandalosa, exagerada, izquierdosa o problemática”;  también la desconfianza con la que inicialmente se le trata a una persona que llega a un cargo en el Estado o en la iniciativa privada cuando es joven y mujer, en mayor proporción a cuando es hombre, y sin duda alguna, la necesidad prevalente  de que el criterio de una mujer para ser escuchado con importancia, deba ser apoyado por un hombre, son patrones de comportamiento vigentes e  innegables.

Todo esto no es una mentira, no es una acusación infundada y aun menos, no es una percepción causada por la tendencia feminista hoy muy popularizada. Es decir, la discriminación por cuestión de genero existe, persiste, y claro, es mucho menor cada vez, pero aun es un gran monstruo que convive con nuestras maneras cotidianas de relacionarnos, y lo hace de la forma más cruel: Silenciosa e implícitamente.

Dicho esto, hablemos de que hay dos causas centrales o generales que siguen permitiendo que este mundo, particularmente el latinoamericano, siga siendo de los hombres, claro, hay mil mujeres jefas, empresarias, etc. Pero, me atrevo a decir, que muy pocas de esas, han obtenido sus posiciones en campos de competencia igualitarios frente los hombres; una primera causa, es el machismo sin duda alguna, y otra, es lo que podríamos llamar sin mayores rodeos y de forma sintética como “la hostilidad entre mujeres”. 

Y no, esta no se soluciona usando hasta la saciedad la expresión “sororidad”, porque esta hostilidad es también silenciosa, implícita y muchas veces opera casi que instintivamente, pareciere que de la misma manera que los hombres instintivamente se protegen, se apoyan y se respaldan, las mujeres instintivamente, se retan y desafian, se ven de manera competitiva ya que se comparan, pareciere que se hace inconscientemente, con un anhelo de ser mejor que la otra. Recuerden, no son absolutas estas afirmaciones, pero lo que, si no pueden negar, es que este esquema de comportamiento sea minoritario, pienso de hecho, que es la regla general.

No sé cual se la causa, ¿quizás biológica? ¿quizás cultural?, lo cierto es que, bajo una lógica elemental, la sociedad es una agrupación, y dentro de ella, rigen pocos sujetos individualmente considerados, en su lugar, lo que rigen son la agrupaciones de individuos; así pues, en una sociedad, donde hay agrupaciones funcionales de hombres frente a mujeres que individualmente están compitiendo o frente a pequeños grupos de mujeres, el control es masculino, por eso digo, el mundo sigue siendo de los hombres.

Ese mundo en esa oficina, en esa familia, en ese bar, en esa empresa, en ese colegio, en esa universidad, esos pequeños mundos, siempre son controlados por las mayorías: un grupo de hombres que inconscientemente se respaldan y sin pactarlo, ni siquiera razonarlo previamente, tienen códigos inquebrantables, esos códigos de “hombres, de camarerías, de compas”, esos que les permiten ganar.

No sé cual sea la solución, probablemente, con que cada mujer inicie por un cliché: “aceptarlo”.