Max Weber cuando planteó el Estado lo definió como la institución que monopoliza la violencia, Orwell en su libro 1984 lo describió como una estructura cerrada, inaccesible, poderosa en la que los servidores públicos tienen el poder absoluto sobre la vida de las personas, Kafka en El Proceso describió el tortuoso camino en las entrañas del Estado cuando fue acusado de un crimen de cual nunca se enteró, pero del que resultó culpable, Hobbes dijo que el Estado puede obligarnos a obedecer, pero no convencernos de que algo esta bien o esta mal.
El Estado es eso que nos domina, que en buena medida decide sobre nuestra vida y a veces lo normalizamos o simplemente no lo notamos. Por ejemplo, en Estados Unidos todos sabemos que es muy distinto ser mexicano, inglés o africano, incluso si los tres entraron ilegalmente., todo atendiendo a una decisión que tomó “El Estado”, lo que sea que eso signifique, bien puede ser un gobernante en un escritorio o el consenso de las mayorías, lo cierto es que el Estado toma decisiones que determinan la vida individualmente considerada de millones de personas.
Situaciones similares suceden con trámites simples, es decir, a menor escala, pero no por eso, suponen un dominio menor de esta facultad en ocasiones sin sentido del Estado, pensemos en el diseño de las miles de gestiones que se realizan a diario ante el enorme y torpe aparto burocrático.
¿Qué sería de nosotros sin el exceso de tramitología?, Sin todos los papeles y filas que se nos impone hacer para poder cumplir otras imposiciones que tampoco nos gustan como ¡pagar impuestos!, o podar un árbol.
Ahora bien, estás cargas pueden resultar aún más impositivas e inequitativa para unos sujetos que para otros, pensemos en la escena de miles de personas de que viven en zonas lejanas del centro de la ciudad, e inclusive de la capital, de aquellas que no cuentan con recursos para movilizarse con frecuencia o cómodamente a las sedes administrativas del Estado, de aquellas que no hablan español y/o que son analfabetas, y principalmente, pensemos en los adultos mayores, también de aquellos que están solos padeciendo una extraña realidad cultural relacionada con el abandono de abuelos, la cual resulta una ironía, pues en un país donde nos denominados como “familiares, fraternos, de costumbres tradicionales y cálidos”, el olvido y abandono de las personas de la tercera edad es incalculable.
Volviendo al asunto de la burocracia, considero que el problema también está en que una gran mayoría de funcionarios públicos y en general del Estado, suelen perder la empatía con las personas, pues exigen de los usuarios con evidentes carencias de conocimientos públicos y de información, trámites que se convierten en barreras para acceder a derechos o en general, a servicios públicos que probablemente para ellos son sumamente importantes.
Así pues, resulta convirtiéndose en un acto de injusticia, este exceso de ritual manifiesto, que imposibilita aún más, el acceso al Estado de miles de personas que no pueden por su falta de educación, por sus escasos recursos o por su edad, llevar a cabo todo este paseo burocrático… y ni qué decir del paseo de la salud, en este escenario, la injusticia social sigue diciéndonos que estamos sumamente alejados de ser una sociedad desarrollada, creo que esto es un real indicador de nuestro avance o retroceso en materia de las relaciones de gobierno-ciudadano.