La Virgen de Guadalupe es uno de los símbolos más importantes para las y los mexicanos, nos da esperanza, unión, es catalizador de muchos de los males que nos aquejan y al mismo tiempo otorga favores a todos lo que, con muchísima fe lo necesitan. La Virgen también es uno los símbolos, elementos, construcciones, personajes, o etc. que más identidad nos da como mexicanos, posiblemente el que más respetamos y uno de los que nunca ofenderíamos. Es común ver altares en zonas de altos niveles de pobreza e incidencia delictiva, atiborrados de donaciones y dinero en efectivo, intactas, posiblemente por fe o por miedo a las represalias de quienes los cuidan.
Según se cuenta desde hace más de 500 años, la Virgen, con rasgos completamente europeos, pero de piel morena, apareció a Juan Diego, un indígena chichimeca de ocupación campesino y le pidió que le construyera un templo en el cerro del Tepeyac, lugar donde actualmente se encuentra la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. Para darle credibilidad al indio, (hoy San Juan Diego), la Guadalupana plasmó su imagen en su ayate (una especie de manta que se usa en la agricultura para recolectar, es como un abrigo o mantel), además de haberle otorgado unas rosas imposibles de producir en diciembre, un mes frío. Una historia, por cierto, extremadamente parecida a otras vírgenes.
El suceso se narra 10 años después de la caída de la Gran Tenochtitlán, año en el que sólo habían llegado a la Nueva España los primeros misioneros dominicos, los llamados perros de Dios y quienes además de pacificar, gestionaban la santa inquisición y tenían métodos de colonización, según cuentan incluso los cronistas oficiales, como violentas y sangrientas.
No pudo haber sido de otro modo, los españoles que para ese momento llegaban masivamente, venían de haber destruido casi por completo la Gran Tenochtitlán, esclavizado a buena parte de las y los indios, transmitido enfermedades ( como viruela, sarampión, influenza, entre otras, que diezmaron las sociedades prehispánicas), y seguían enviando ejércitos para continuar explorando y conquistando pueblos, todo en nombre de Dios, con lo cual, obligaron a los indios a “dejar de creer” en sus dioses, y en su lugar, bautizarse y adorar a un Dios desconocido con rasgos europeos, barba y en algunas representaciones, abdomen de fisicoculturista.
La Virgen de Guadalupe fue, sin duda, un eslabón clave en el logro de la “conquista espiritual” (como lo decía Bernal Díaz del Castillo, el narrador oficial de los españoles), ahora los indios tenían alguien en quien creer, un ser piadoso al que se le pide “intervenir” al entonces temible Dios castigador e incorruptible del que hablaban los dominicos, se trataba de una figura piadosa, la cara buena de un Dios que, hasta el momento, sólo les había traído humillaciones y esclavitud.
Sin embargo, la morenita se arraigó tanto en los indios mexicanos que fue utilizada como símbolo de insurrección por Hidalgo y Morelos cuando los llamaron a derrocar al mal gobierno de Fernando VII al frente de España, sus emblemas fueron utilizados por los curas independentistas para unir a sus improvisados ejércitos que lograrían independizarse de España.
Hay distintas versiones de lo que sucedió con la Guadalupana, desde quienes descalifican y niegan su existencia, hasta quienes defienden y argumentan que la ciencia no puede explicar la preservación de su imagen en el ayate de Juan Diego, el cual siguen exhibido en la Basílica que, por cierto, estos días será visitada por aproximadamente 20 millones de mexicanos y extranjeros, más personas que toda la población de Chile y dos veces más que toda la población de Cuba.
Lo cierto es que nadie puede negar su importancia y el papel que juega en la vida de los mexicanos, lo que la hace completamente real. Cualquier cosa o símbolo que nos brinde unión, esperanza y ayude a transformar las dificultades de la vida, ya sea un instrumento para legitimar la conquista o un milagro que se le apareció al humilde San Juan Diego, tiene un impacto más profundo que muchos elementos tangibles.