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Donald Trump: gobernar con retórica

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Para Donald Trump gobernar es comunicar. El presidente de Estados Unidos gestiona una de las posiciones de poder más grandes del mundo con retórica y postulados fuertes que se perciben incluso intransigentes, pero que le hablan a su electorado: aquellos que entienden como “la grandeza de América” a un país dominante, con fronteras cerradas y en la que predomine un conservadurismo extremo, que castigue con mano dura a sus opositores y que promueva las libertades que a él le parecen correctas.

Sin embargo, muchos de sus dichos son estrictamente retórica, discurso y contradicciones. Pugna por libertades para, por ejemplo, tener armas, pero defendiendo a la familia tradicional; criminaliza a los migrantes ilegales, pero durante su último periodo de gobierno deportó a muchos menos ilegales que Obama y Biden; ofrece defender a capa y espada los trabajos manuales de los estadounidenses y poner aranceles, pero en su último periodo facilitó la exportación a Estados Unidos de productos chinos; defiende la supremacía de Estados Unidos en la escena internacional pero es el único presidente de tiempos recientes (además de Carter) que no inició ninguna guerra.  Esto se suma a sus contradicciones personales y legales. Se trata de una persona “conservadora” abiertamente declarada culpable de delitos que atentan en contra de las mujeres, con tres matrimonios e hijos en cada uno de ellos; además de ser inmensamente rico, argumentando que es gracias a su trabajo duro, en un país con una desigualdad terrible casi al nivel de la de Guatemala o Rwanda.

Parece que el discurso es suficiente para convencer a los más de 77 millones de votos que obtuvo en el proceso electoral (muchos de ellos de latinos y mexicanos), con la promesa de hacer que “América sea grande otra vez”, ofreciendo cosas absurdas, completamente inviables como detener la migración o enfrentarse con el comercio chino; o irrelevantes en la práctica pero simbólicas para sus electores y congruentes con el discurso de la grandeza gringa, como el cambio del nombre al Golfo de México.

Trump tuvo la habilidad de mantener a su electorado leal con discurso y enfrentamientos durante cuatro años, entendiendo perfectamente el modo de pensar de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, diciendo las cosas que “todos piensan pero que son políticamente incorrectas”, o que sólo le interesan a algunos grupos de élites intelectuales o de activistas. Posiblemente lo logrará durante cuatro años más, con una disrupción violenta y provocadora sólo en la forma, pero no en el fondo.