Los mexicanos en Estados Unidos han creado cultura propia con justa razón, son más de 30 millones a los que los unió la búsqueda de una mejor calidad de vida al menos en lo material, así como la disparidad en los derechos en comparación con las personas cuyo único mérito es haber nacido del lado correcto del río. Esto pese a las muchas diferencias que un grupo tan numeroso de personas pueda tener entre si, como el tener historias y orígenes geográficos distintos o incluso diferencias religiosas o hasta económicas.
Los mexicanos, en comparación de muchos otros países latinoamericanos, han tenido condiciones políticas y legales más complicadas que otros latinoamericanos que emigraron por las mismas causas y por las mismas rutas. Explico, los cubanos una vez que llegan a Florida tienen muchos más derechos y posibilidades de asilo, los colombianos, hondureños y venezolanos hasta hace unos meses podían solicitar refugio basados en su condición de víctimas de guerrilla o de los gobiernos “represores”. En cambio, los mexicanos para obtener un permiso de trabajo, de residencia o de ciudadanía tienen que casarse con un ciudadano o pasar décadas y trámites complejos con la posibilidad permanente de ser deportados.
Sin embargo, con la llegada de Trump a este 2do periodo presidencial, parece que a todos los latinoamericanos que llegaron ilegalmente a Estados Unidos se les empieza a tratar por igual y el término hispano o latino adquiere una relevancia mayor; tal parece que ahora es lo mismo ser mexicano que venezolano, hondureño o colombiano y el miedo priva entre toda la población que vive allá y que, en su mayoría, trabaja honestamente para tener una mejor calidad de vida.
Desgarran las escenas de niños ciudadanos participando en manifestaciones porque temen por la posible deportación de sus padres, que sería legal pero arbitraria y sin sentido; o las imágenes de los operativos en pueblos donde se habla más español que inglés en los que desmantelan centros de trabajo completos para deportar a los mexicanos y a los latinos que no cuentan con papeles.
Preocupan las declaraciones que plantean la posibilidad de que haya presos mexicanos e hispanos en general en Guantánamo, el centro penitenciario en el que la CIA tortura legalmente, en donde se encarcela a presuntos terroristas y no existen los derechos ni las garantías que se podrían tener en cárceles estadounidenses, todo con el pretexto de que las drogas llegan de México, cómo si éstas no se distribuyeran o consumieran por ningún estadounidense.
Me pregunto qué pasará por la mente de los mexicanos que tuvieron derecho a votar y que, en su mayoría, apoyaron a Trump al ver que están deportando a sus familiares o amigos, si esto es el régimen que apoyaron cumpliendo sus compromisos de campaña o tiene la percepción de que es una arbitrariedad lo que está ocurriendo, si les vale la pena el despilfarro de recursos públicos que supone la persecución de 30 millones de personas en vez de apoyar otros proyectos.
Esta historia no va a terminar aquí. Los mensajes políticos y medidas represoras de Trump van a continuar y posiblemente a incrementarse, pero no lo va a lograr. Acertadamente los Tigres del Norte dijeron, hablando de quienes emigraron a Estados Unidos que “Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”.