Antes que nada, ¡Feliz aniversario de confinamiento! Ya cumplimos nuestro primer año de nueva normalidad, haciendo corajes retrospectivos del manejo de la pandemia en el país. Pero también se cumple un año de información muy relevante que podría marcar la nueva dirección de la humanidad. El comercio digital tuvo un crecimiento aceleradísimo, y de la mano la gente ya está mucho más cómoda con las compras en línea. Ahora ya podemos entablar entrevistas de trabajo, juntas de negocios y presentaciones hacia nuevos clientes desde la comodidad de nuestras casas y no sólo eso, ya que a lo largo del año se nos presentaron diferentes opciones de plataformas para poder hacerlo con mucha más fluidez y naturalidad. Si había alguna duda del papel que estaría jugando la tecnología en el desarrollo de la humanidad, espero que en este primer año de confinamiento podamos afirmar que es muy seguro ese camino y no hay mucha probabilidad de dar marcha atrás.
No es la primera vez que hablamos sobre los impactos de la tecnología. Hace algunos meses les contaba la historia del futuro de los albañiles, y la tendencia (todavía lejana) de la sustitución de su mano de obra por máquinas gigantes robotizadas. Ya pasó algo de tiempo, y por eso les dejaré la liga de esa columna al final para refrescarles la memoria.
Algunos habrán pensado que sería prepotente de mi parte resaltar que un sector de la población con tan bajas herramientas de desarrollo sea el blanco de la crítica, hasta parecería burla hacia los albañiles del mundo predecir que desaparecerían inevitablemente. Claro, el arquitecto no es mano de obra y no se le puede sustituir porque su valor se encuentra en la creatividad emanada de su mente. Es cruel hacer notar una transición tan dolorosa para tantos cuando se está en una posición tan privilegiada ¿No es así? Pues les tengo noticias, es mucho más probable que el arquitecto como lo conocemos sea el primero en desaparecer.
Primero que nada, tenemos que entender cuál es el proceso que realiza un arquitecto en su mente para llevar a cabo su profesión en plenitud. La realidad es que un arquitecto es un solucionador de problemas. Ya habíamos hablado de que, a pesar de estar considerada dentro de las siete bellas artes, es la más técnica de todas. Si alguna vez vieron la película de “Yo, Robot” recordarán la escena donde el robot ´Sonny´ le explica al detective ‘Spooner’ que jamás sería capaz de crear una obra de arte, al mismo tiempo que “dibuja” una escena de sus sueños con una calidad y velocidad impresionantes a la vista. La arquitectura ha sido sinónimo de belleza monumental a lo largo de la historia, pero era en las épocas de cuando los arquitectos eran contados con una mano y la construcción de sus obras duraban varios años. No podrán negar el asombro que se siente al estar frente a la Catedral, la que quieran. Pero eso que se ve es 80% técnica y 20% arte, y claro que es debatible.
Regresemos al proceso de la arquitectura. A diferencia de un lienzo blanco en donde se pintaría la Mona Lisa, un arquitecto responde a necesidades específicas de parte del usuario, del cliente y del contexto histórico y cultural. La diferencia entre los arquitectos es que cada uno de nosotros va a llegar a una solución diferente ante el mismo problema, por lo que no se puede decir que la arquitectura sea enteramente una ciencia. Pero la ciencia misma ha evolucionado a un nivel mucho más avanzado en donde las preguntas no tienen una sola respuesta, y los problemas se vuelven sistémicos que van requiriendo soluciones sistémicas. Para ponerlo más simple, ya no se puede aceptar que para cada pregunta haya una respuesta universal.
La idea central es que el arquitecto es un solucionador de problemas espaciales. Se nos entregan necesidades (variables) que relacionamos con los conocimientos y experiencias que tenemos (límites), todo lo ajustamos a una serie de leyes físicas, técnicas, normas y reglamentos (constantes) y ¡VOILÁ!: tenemos un proyecto arquitectónico ideal, único e irrepetible. Y lo bonito es que la solución no estará incorrecta, y habrá mil arquitectos más con mil soluciones diferentes que resolverán el mismo problema, dependiendo de lo que tenga como prioridad el proyecto y la cosmovisión del mismo arquitecto.
Existen programas automatizados que pueden tomar decisiones para generar grandes beneficios con los movimientos de la bolsa de valores. La inteligencia artificial en los videojuegos es cada vez más humana al poder resolver miles de decisiones por segundo para darle una sensación orgánica a la experiencia. Hablamos de lo intuitivos que son los teléfonos inteligentes, y la capacidad de almacenar datos nuestros, predecir comportamientos y hasta responder a nuestras necesidades mucho antes de que las necesitemos. A lo que quiero llegar es que ya existe la capacidad tecnológica de resolver operaciones complejas en menos de un segundo.
Actualmente hay pruebas de programas a los que alimentas con variables, bajo ciertos límites y constantes para que puedan buscar las soluciones posibles en cuestión de SEGUNDOS. Imaginen que exista un programa que pueda contener la capacidad de un millón de arquitectos, y que, dependiendo de la importancia de tus variables, vaya ofreciendo soluciones instantáneas. Ya existen programas de ese tipo, y se podrán imaginar que los desarrolladores inmobiliarios fueron los primeros en brincar de alegría: ya no tendrían que esperar semanas para la solución de su proyecto, podrían tener 100 propuestas en un solo día y elegir entre ellas sin necesidad de escuchar la justificación conceptual del arquitecto.
El arquitecto del siglo XXI ya no es la mente creativa e incomprendida que regala una obra única e irrepetible para satisfacer su ego y el de su cliente. Más que un diseñador, se debe transformar y adaptar hacia la programación. El nuevo arquitecto será un experto en datos, en tecnología, un traductor del contexto hacia la computadora. Recuerden, un robot no podrá hacer una obra de arte, pero tendrá la capacidad de replicar mil soluciones en un día, siempre con una mente maestra detrás. El robot arquitecto es inevitable: hay que adaptarse y seguir.
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