¿No les ha pasado que, aunque ahora en nuestras mundanas vidas, donde las opciones para entretenernos son infinitas y hay tantas series y películas que no nos alcanzaría la vida para ver todo… Vuelven a ver siempre lo mismo?
A mí me pasa todo el tiempo, nótese que cuando llego a ver algo me obsesiono y puedo ver todo lo relacionado con lo que estoy viendo, pero hay siempre algo que me podrá distraer de la obsesión y eso es mi amor por las películas de la verdadera época de oro del cine mexicano.
Mi mamá siempre estaba viendo películas mexicanas, en especial si eran de “Piporro”, el cual no es muy de mi agrado, pero ahora son básicas en mi vida y siempre que aparecen en la televisión o en YouTube las veo y por lo que también he llegado a canales que cuentan la historia de los actores y las películas y todo lo que involucraba a la industria en aquellos días, léase, la política.
“Disparos, Plata Y Celuloide. Historia, Cine Y Fotografía En México 1846 – 1982” de Ricardo Pérez Montfort hace una declaración perfecta: el cine y las fotografías nos han enseñado más de la historia del país que los libros de la SEP; las caras de los caudillos de la revolución, las costumbres de la sociedad, la moda, el lenguaje muchos los tenemos en nuestra cabeza gracias a las películas, creo para pocos de mis contemporáneos la idea de un hombre vestido de charro es ver a Pedro Infante y un revolucionario es Pedro Armendáriz; las mujeres indígenas eran bellas como Columba Domínguez o Dolores del Rio y los padres eran alguno de los hermanos Soler.
También el cine nos dio una identidad ante el mundo. “Luces Cámara Acción. Cinefotográfos Del Cine Mexicano 1931 – 2011” de Hugo Lara Chávez y Elisa Lozano profundiza en como las películas detonaron una búsqueda y definición de la mexicanidad; mostraron las económicas y sociales y también las vivieron ya que durante la historia han sufrido altos y bajos en el apoyo que el gobierno dio a la producción cinematográfica, la construcción de un nacionalismo e, inclusive, periodos de abandono total. El cine, en especial en los inicios de los 1900’s, mostró al mundo el México orgulloso de sus orígenes, de sus tradiciones y de sus paisajes.
Un ejemplo claro de la relación del cine y el gobierno en nuestro país es “La sombra del caudillo”, ahí si hubo de todo un poco. La película está basada en el libro de Martin Luis Guzmán, donde se cuenta la historia de los métodos que se usaban para guiar al pueblo sobre quién sería el presidente de la república después de la revolución, en especial en dos momentos históricos: el período presidencial de Álvaro Obregón y la rebelión de Adolfo de la Huerta en 1923 a causa de la imposición de Plutarco Elías Calles como sucesor de Obregón, y el asesinato del general Francisco R. Serrano junto con sus partidarios en la llamada matanza de Huitzilac, en 1927. El libro fue escrito en 1929 y fue censurado por obvias razones… pero en 1959, en un país más moderno, guiño guiño, el director Julio Bracho pensó que podría hacer su adaptación al cine, incluso llevo su guion a la secretaria de gobernación para asegurar que nadie se sintiera ofendido, así fue y hasta prestaron la cámara de diputados y el palacio de Chapultepec para grabar; aun con un poco de temor se pidió autorización del más liberal de los liberales, Gustavo Díaz Ordaz, jejeje, para exhibirla en un festival internacional y fue autorizada, pero se prohibió su exhibición en el país porque la Secretaría de la Defensa Nacional dijo que “la película denigraba a México y sus instituciones”, y Julio Bracho, que murió en 1978, no vio como la película llegaba al pueblo mexicano, esto sólo pudo darse hasta 1990.
El cine mexicano me lleva a pensar que esos tiempos, aunque complicados, podrían ser más fáciles que la vida moderna, siempre podías dejar todo por irte a la revolución, bailar danzón en un salón de mala muerte o podías convertirte en un vagabundo de que llega a la casa de una señora loca. Que la vida en las vecindades podía ser buena si se veía el lado bueno de las cosas; claro que había drama pero era más bonito si de repente empezabas a cantar una ranchera… y por eso no puedo no ver esas películas y por eso no puedo dejar de pensar que, como todo, lo de antes era mejor.