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Las corridas de toros: el salvajismo que nos dio arte increíble

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Matar con dolo, diversión o placer es un delito casi siempre, o al menos debería serlo. Matar toros sí es cultura, pero una que debería avergonzarnos y debería castigarse con cárcel. Al igual que hemos modificado otras conductas culturales con el paso del tiempo, por ejemplo, la primitiva práctica de “robarse a una mujer” (violarla y casarse o juntarse con ella para “salvar su honra”) que era común en los años 50 y que ahora sabemos que es una barbarie que se debe castigar.

En la misma lógica, las corridas de toros deberían estar prohibidas, y lo debieron haber estado desde hace mucho tiempo, representan una de las actitudes más primitivas y que peor hablan del ser humano; sin embargo, hay que reconocer que han dejado obras de arte increíbles: se trató de un espectáculo que se hizo fundamental para entender las culturas española, francesa y latinoamericana, en las que las corridas eran los eventos para “ver y ser vistos”, utilizar outfits lucidores, emocionarse y tomarse un trago; se trata de una fiesta que más que brava es salvaje, pero fiesta al fin.

En consecuencia, dejaron una herencia artística importantísima. Por ejemplo, las pinturas de Francisco de Goya y de Pablo Picasso, dos de los mejores pintores de España y del mundo; los pasodobles y buena parte de las bulerías españolas; las canciones de Agustín Lara dedicadas a Silverio Pérez o Armillita interpretadas aún hoy por tenores como Plácido Domingo; las películas de Almodóvar como Hable con ella; los versos de Miguel Hernández o Antonio Machado; y ni hablar de la arquitectura, como impresionantes plazas de toros alrededor del mundo, ubicadas en los centros de mayor afluencia de miles de ciudades.

Además, dejaron metáforas aplicables a diferentes circunstancias de la vida: Joaquín Sabina escribió “Hierve como el ruedo en tardes de corridas”,que se refiere a la emoción que se siente en la plaza de toros cuando hay corridas; o la “actitud de novillero” de Agustín Lara que evoca la actitud de un joven valiente, echado pa´lante y con un afán enorme de éxito a cualquier costo.

De los toros debería quedarse todo, excepto los toros en sí mismos. Las corridas de toros son la muestra de que cosas terribles pueden generar arte, metáforas y una estética increíble. Como bien escribió Silvio Rodríguez (en otro contexto): “lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”. Que vivan los toros y su legado, pero que mueran los toreros y sus defensores.