Melódica y violenta
En las últimas semanas, volví a pensar en los narcocorridos. Mucho se ha dicho sobre su impacto negativo, especialmente en jóvenes, por su contenido que glorifica la vida criminal. Pero ¿es suficiente con señalar su influencia y pedir su prohibición? ¿No será más útil preguntarnos primero qué entendemos por cultura?
Una melodía pegajosa, una historia violenta
Hace poco escuché en redes sociales una canción con ritmo pegajoso y estilo claramente mexicano. Sonaba entre norteño y tumbado, pero no lograba ubicarla del todo. Al escucharla nuevamente, distinguí frases como “tostón atrás” y “boulevard”. La curiosidad me llevó a buscarla en YouTube. Primero encontré (casi que, de manera anecdótica), Por el boulevard de los sueños rotos de Sabina, pero después apareció la que buscaba: El mayor de los ranas.
Esta canción no es solo un corrido moderno; es una crónica musical que elogia los disturbios en Culiacán en 2019, cuando se logró liberar a Ovidio Guzmán “el jefe ratón”, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Habla de “los ranas”, un grupo encargado de la seguridad de los “chapitos”, y exalta frases como “pa morir nacimos”. Es, sin duda, una apología directa al crimen… pero también una pieza musical bien lograda (con 273 millones de vistas en YouTube) https://www.youtube.com/watch?v=c4UOez4q0Es .
Talento joven, cultura viva
Víctor Valverde, su autor, es un joven sinaloense de apenas 21 años. Tiene oído musical, una voz muy adecuada para el género y una notable destreza como compositor. Estos talentos no pueden ignorarse. La pregunta es: ¿es el narcocorrido la causa de la criminalidad o una manifestación cultural de un entorno más amplio y complejo?
Narcocorridos como espejo de una realidad
Los narcocorridos no son el origen del problema, sino un reflejo de un ecosistema histórico y social. Son expresión cultural. Representan una identidad que no viene del crimen como moda, sino de la vida diaria de comunidades que, como la de Culiacán, han sido víctimas constantes de violencia. Lo complejo es que los victimarios no vienen de afuera: son padres, hermanos, vecinos, conocidos. Eso vuelve todo más difícil de entender… y de transformar.
La cultura no se impone, se vive. Por eso, muchos jóvenes adoptan estos símbolos con orgullo, como parte de una identidad generacional y local. Lo cultural no justifica lo violento, pero sí nos da claves para comprender cómo nace y se sostiene.
¿Qué hacemos con los narcocorridos?
Ninguna mujer quiere ser violentada, y ningún joven desea morir. Sin embargo, muchos se sienten atraídos por la estética del narco: el poder, el respeto, el dinero fácil. Esta seducción es real, y no se elimina con decretos ni censura.
Colombia vivió una etapa parecida. Los narcocorridos acompañaron la era de los carteles, y hoy aún se consumen entre jóvenes que no tienen vínculos con el narcotráfico, pero crecieron con esa narrativa cultural.
¿Prohibirlos? ¿Regularlos? ¿Entenderlos?
Las medidas de prohibición pueden tener justificación ética y social. Pero culturalmente, suelen ser ineficaces. ¿La solución? Un abordaje más profundo: políticas culturales, estudios sociológicos, diálogo comunitario, alternativas musicales atractivas, y sí, también un debate jurídico serio sobre los límites de la libertad de expresión frente a otros derechos y bienes sociales.
Prohibir sin comprender solo es apagar la alarma sin apagar el fuego.