¡Ni locas ni intensas, las microviolencias se señalan!

Criterios Fadia Márquez Cabrera

Recuerdo a detalle muchas de las agresiones económicas y psicológicas que observé durante años de mi padre hacia mi madre. También aquellas conductas que en su momento me llenaron de tristeza, enojo y confusión en alguna relación de noviazgo y como dejar de lado mi primera experiencia con la ginecóloga y sus medievales pensamientos, los machismos múltiples de mi familia los cuales revivo con cada visita a casa de mi abuela. También las palabras de aquel ex jefe que me causaron gran incomodidad, y todos los incidentes del día a día en las calles y el transporte público, sin duda les he perdido la cuenta.  

De manera general estos son algunos tipos de violencia que he reconocido hasta este punto de mi vida, mi experiencia sin duda no es aleatoria sino tiene todo que ver con lo que significa ser mujer y básicamente de vivir lo femenino en México. Estas experiencias no son una clase de drama barato de la Rosa de Guadalupe, ni ser mujer únicamente se trata de ser la víctima en la ecuación, es reduccionista pensar que las mujeres y lo femenino se definen por las agresiones estructurales y machistas. Afortunadamente, cada vez se habla más, se debate y existe más información desde diferentes trincheras, y la digitalización y las redes sociales ayudan a que se generen más encuentros, talleres, conversatorios y un sinfín de actividades desde la multidisciplinariedad encaminadas a una perspectiva de género construida desde el autocuidado, la sororidad e inclusión de las distintas voces en contextos diversos como el mexicano.  

Si eres niña, adolescente o adulta en este país, lo más probable es que hayas vivido algún incidente de violencia a lo largo de tu vida relacionado con tu género. Si observamos las dinámicas en las parejas o las familias donde existe algún tipo de violencia en sus distintas modalidades (física, sexual, económica o psicológica), generalmente estas conductas van de menos a más del agresor hacia la víctima. Es decir, una enfermedad pocas veces nos mata de un día para otro, sino que existen un conjunto de signos, síntomas y condiciones donde ésta se desarrolla en nuestros cuerpos. En este sentido, también la violencia de género presenta esta especie de pequeños síntomas a las cuales se le conocen como: microviolencias. A diferencia de las enfermedades, una no puede “curarse” de la violencia, pero si podemos hacernos conscientes de ellas, observarlas y evidenciarlas desde sus partículas más pequeñas. 

Mientras la violencia de género tiene formas claras como la violencia sexual o física, las microviolencias son un universo de significados, lenguajes, costumbres, prejuicios, estereotipos, actitudes, conductas y todo aquello que ha entretejido nuestra cultura mexicana y machista a través de los procesos de socialización. Estas expresiones de la cultura machista, es determinada por los contextos y espacios que habitamos. Es decir, existen violencias que son más propicias en cada región, y son determinadas por factores sociales como:  actividades delictivas (narcotráfico, huachicol, explotación sexual y trata), el nivel educativo de la población, los rezagos sociales, la existencia de zonas turísticas, si es una zona fronteriza, el tipo de raíces étnicas y sus costumbres, las religiones, entre muchos otros aspectos irán propiciando más determinadas violencias contra la mujer en dicha la región que en otra.  

 Por lo tanto, hablar de microviolencias es abordar la parte más minúscula y compleja del tema de la violencia de género, pero de fondo es un asunto estructural. El Estado de Puebla actualmente ocupa el tercer lugar nacional con mayor incidencia de feminicidios al menos hasta mitad del año 2019, tan sólo por debajo de Veracruz y el Estado de México, según datos de Seguridad y Protección Ciudadana (SESNSP,2019). También según (ENDIREH,2016) 4 de cada 10 poblanas de más de 15 años ha experimentado violencia por parte de su pareja. En todo el Estado existen 50 Municipios con alerta de género activa. Tener acceso a la información y actualización de las cifras nos ayudan a conocer el tamaño del problema y que se trata de esas pequeñas acciones aparentemente inofensivas que van construyendo y propiciando una imagen desfavorecida y desvalorizada de las mujeres, de sus oportunidades, de sus cuerpos y del valor de sus vidas.  

De manera clara, existe una relación de las desigualdades desde la crianza en el hogar, lo que vemos en los medios como el cine, la publicidad y la pornografía como la impunidad hacia los feminicidios, todas en alguna proporción se tratan del mismo problema de fondo.  Las microviolencias pueden ser perpetuadas y replicadas por ambos géneros, por eso hombres y mujeres necesitamos espacios propicios para hablar, expresar y reflexionar. 

 Lo que no es nombrado no existe, y por eso las violencias deben evidenciarse en todo momento y no callarse más. Nos toca dejar de lado la cómoda postura de la ignorancia que estigmatiza la lucha feminista o que perpetúa los roles de género. Nos toca reeducar nuestras formas de relacionarnos con nuestras parejas o vínculos afectivos, aprender a pedir ayuda y acudir a atención profesional si es necesario.   
Dejar de lado el estigma del “loquero” y dejar de caer en negligencias con nuestra salud mental y autocuidado y de quienes nos rodean. Esta sociedad enferma no necesita más Fridas y Diegos, ni Marianas y Samueles, debemos caminar hacia ser una sociedad sin miedo a exponer las microviolencias y los machismos, vengan de tu padre, tu novio, tu jefe, el médico, el político, el maestro o de quien sea. Ni locas ni intensas, se trata de la vida digna.  

fadia.marquez@criteriodiario.com