Huelen a chicle

Aldo Obregón Criterios

“- ¡Bobul Gomers, se llaman! 

Y… ¿por qué huelen a chicle? 

… No sé “ 

El guion llegó a mi correo y comencé a leer. 

Cada palabra venía rellena hasta desbordarse de la personalidad y estilo de mi querido Jesús Abraham Salomón Rojas: dramaturgo, director y actor responsable de grandes felicidades en mi vida.  

Narraturgía, algo de cinematografía y una accidental sensación de ingenuidad.  

Llegué al ensayo con una propuesta en la cabeza: jaranas, leona, percusión y guitarra. Algo iría en vivo, algo iría grabado. Muchas notas, mucho color, mucha textura. 

Ensayo completo. 

La obra huele a chicle, como los “Bubble Gummers”. Huele a humedad, como Veracruz. Huele al centro de Puebla. Mi música no olía a tennis comprados en Plaza Dorada, no olía a pueblito en Veracruz y no olía al centro de Puebla.  

A veces pasa que las palabras son las mismas, pero uno lee otra cosa totalmente diferente. Eso me pasó a mi. 

Pasaron la obra una vez mas, esta vez agarré la guitarra y comencé a soltar zarpazos por aquí y por allá a ver si le alcanzaba a dar un arañazo, aunque fuera al papel tapiz.  

“ -Yo, aviador 

Yo, veterinaria 

¡O trailero! 

¡¿Trailero?!” 

Yo quería ser concertista de piano o director de orquesta. Estoy lejísimos. 

Lo que toqué ese día se parecía mucho al Aldo de catorce años que va a la secu y presume sus primeras canciones mientras comienza a agarrar colmillo para tapar la falta de talento con ese ambiguo milagro que llamamos “estilo”. 

Muy pocas notas, frases repetitivas que sirven como mantra que y una total deconstrucción de lo que siento cuando escucho ciertas músicas.  

Para esta obra, el adolescente de catorce sirvió mucho mas que el músico veinte años mayor. Eso me pasa mucho últimamente, pero otro día hablamos de ese tema. 

Al director/actor/dramaturgo le gustó.  

Todo sucede en un pequeño espacio de la guitarra, como la obra. La música está como dibujada a lápiz, como coloreada con útiles revueltos. Como la obra.  

“ -¡Ay, mijo, eres medio pendejo! 

¡Abuelo!” 

Esta obra me ha dado cosas que ningún otro proyecto. 

Durante meses me enfrenté cada semana a la realidad y la contemplé con esa imponente desnudez que sólo se logra a través del arte. Viajamos, recibimos testimonios y abrazos. Todo como de un día para otro, como por accidente. Pero no fue un accidente, nunca es un accidente.  

Es una obra que te afecta. 

Este proyecto me parece realmente trascendente y, por alguna razón, no me es nada fácil hablar de el. “Ve a verla” es todo lo que digo normalmente causando sorpresa entre mis conocidos, ya acostumbrados a recibir una detalladísima explicación de cualquier cosa en la que me involucro. 

“Existimos a partir del otro” 

Cuando cerraron los teatros (y la calle) suspendimos una gira que nos llevaría por todo el país, el último lugar que visitamos fue Oaxaca. Desde ese día no nos habíamos visto hasta que la necesidad artística y de subsistencia nos llevó a ensayar y prepararnos para dar funciones especiales, en esta ocasión a través de diferentes plataformas digitales. 

La obra sigue oliendo a chicle y la música todavía la hace un Aldo de catorce años. 

Adán y Alma tienen un romance preadolescente que nace en el pueblito de Achotal, Veracruz. Monedas de a mil pesos en las vías del tren, enormes bocinas en el techo de una casa y laberintos de matorrales suceden en un laberinto que se antoja a baile de año nuevo. 

Adán y Alma crecen y la vida hace sus trucos y retruécanos. 

“Sin volver a verlos, sin volver a ver… sin volver” 

El teatro detiene el tiempo y en su microuniverso nos hace seres inmortales que reviven una y otra vez, que ríen con los mismos chistes y caen en los mismos pozos. 

Mis Bobul Gomers me sabe a toda la belleza del mundo y, al mismo tiempo, me dispara en la cara la realidad desnuda e implacable con sus flores y sus espinas. 

Pueden seguir la obra y nuestras próximas presentaciones buscándonos como “Mis Bobul Gomers”.  

@aldoobregon