La maldición

Criterios Enrique Acuña González

Recién terminada la primera quincena de octubre es muy probable que estemos saturados por la publicidad y los constantes recordatorios de alistarnos para la noche de brujas y el día de muertos, que para muchos son unos de los días más esperados del año. Todavía no se nos permite salir con libertad a disfrutar de los adornos de las plazas comerciales y mucho menos deleitarnos con los estrenos de terror en las salas del cine, pero la vibra de los espíritus se siente cada vez más cerca. 

Tal vez es por eso, que últimamente he tenido en mi mente el concepto de “maldición”, entendiendo que se trata de una expresión con la que se le atribuye un mal a una persona u objeto. Todos hemos escuchado cuentos sobre las casas malditas, las muñecas malditas, los juegos malditos. Es como si tu destino estuviera completamente dictado por una fuerza externa que manipula el universo en tu contra para causar temor, o en dosis mucho más bajas alguna molestia. 

Uno de mis hermanos fue el autor del concepto de “la maldición del profesionista”. Todo surgió a partir de una visita en familia que hicimos a casa de un conocido, en donde notamos que nuestro papá, arquitecto de profesión, estaba muy distraído observando a su alrededor todos los detalles de la casa sin prestarle atención a la demás gente o invitados. Cuando ya fue muy evidente, se disculpó alegando que era inevitable estar analizando la casa porque le gustaba mucho, a lo que luego dijo “es la maldición del arquitecto. No podemos evitarlo”. En ese momento mi hermano cayó en cuenta que no solo él sufría de esa afectación, ya que como músico también le sucedía lo mismo cuando había alguna canción en la radio.  

Concluimos que, todas las profesiones tienen esa maldición en donde ya no puedes ver el mundo desde una perspectiva generalizada, ya que cada oficio te obliga a enfocarte, a ver una de las partes del conjunto y conocer el detalle de todo el proceso que se involucra; el músico ya no escucha canciones si no que las desfragmenta en tiempos, melodía y armonía; un chef ya no puede salir a comer a restaurantes porque conoce perfecto todo lo que pasa tras bambalinas en las cocinas; un nutriólogo ya no puede comer a gusto sin estar contando valores alimenticios; un arquitecto no puede dejar de observar todos los espacios nuevos en los que convive, sin dejar de imaginar lo que podría hacer para mejorarlo. Así cada profesión tiene la suya, todas víctimas de su propia maldición de la cual no se puede escapar. 

Como profesionistas nos instruyen a tener ese enfoque lo cual nos ayuda mucho en la vida laboral, pero muchas veces somos ese personaje del que trabajamos incluso en nuestros tiempos libres. Sobre todo si eres emprendedor, no dejas de pensar en opciones, alternativas, oportunidades y la forma en la que puedes seguir creciendo. Asignarle la categoría de maldición a esta gran ventaja era solo parte de un chiste, como si al estudiar una carrera te hicieran un conjuro que cambiaría los colores con los que ves el mundo. La forma en la que tomas ventaja de esa maldición es la clave del éxito o locura progresiva que pudieras generar, y como ejemplo podría relatarles un caso personal. 

Uno de los colmos más comunes para un arquitecto es vivir en una casa que no fue construida por ti mismo. En mi caso he tenido la fortuna de ser hijo de un reconocido arquitecto en Puebla, con lo que mi formación siempre fue rodeada de buena arquitectura, hasta que me tuve que mudar de esa casa. A partir de ahí, he vivido en 6 casas diferentes de las cuales sólo una de ellas fue proyectada por mi papá. En las otras cinco, que coincidía con el tiempo en que estaba en plena formación como arquitecto, era inevitable pensar en todo lo malo, lo incorrecto y lo valorable de cada una de ellas. Al final siempre he tenido el propósito de rescatar alguna cosa positiva de cualquier construcción, por muy vernácula que sea.  

La maldición de un arquitecto es muy similar a lo que imagino que vive una persona diagnosticada con Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) ya que tenemos muchas cosas que percibo similares. En el momento en que notas un descuadre en un muro, una colocación de piso mal puesta, una puerta que abre mal o está chueca, una instalación eléctrica poco eficiente, iluminaciones mal aprovechadas y una larga lista de etcéteras; es cuando cada vez que pases por ese detalle lo vas a ver cada vez más y más grande, por lo tanto, molesto. Y lo peor de todo: no lo puedes corregir del todo porque la casa en la que vives no es de tu propiedad. Podrías pedir permiso para corregirlo y negociar con el arrendador, cosa que en una casa sucedió y todos fuimos muy felices. Pero en muchas otras ocasiones el dueño no se presta a modificaciones de ese estilo porque lo ven como un gasto innecesario.  

Por adelantado les puedo sugerir algo si tienen un departamento o casa que estén rentando: pídanles a todos los dioses, que tengan a un arquitecto como inquilino. Les puedo asegurar que sus modificaciones le van a aportar mucho más valor de renta a la propiedad y al ser él mismo el que la está habitando, el costo de la intervención seguramente sería menor a que si contrataran a uno por fuera.  

Si en alguna reunión observan a su amigo arquitecto con la vista perdida hacia los techos, meditabundo y pensativo, pregúntenle con toda la confianza ¿qué es lo que opina de la casa y qué es lo que le cambiaría? Créanme, cualquier arquitecto apasionado por su profesión les dará gustoso una opinión muy valiosa para tomar en cuenta. No lo juzguen, es víctima de su maldición. 

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