El Duelo de los médicos ante COVID-19

Criterios Martha Vargas Vázquez

“Estamos tan cansados que creo que hasta el espíritu perdimos” 

Gaby enfermera

En  agosto y cuando se creía que la pandemia iba a la baja, los trabajadores de la salud se dijeron agotados y advirtieron, que en las condiciones en las que trabajaban, no iban a poder enfrentar un repunte de contagios de COVID-19. Actualmente estamos viviendo ese repunte y el personal médico está cansado y sigue sin tener como enfrentar la pandemia. 

De acuerdo con la Secretaría de Salud, en diciembre se contabilizaban 164,196 profesionales de la salud positivos a COVID-19, siendo la Ciudad de México y el Estado de México, los que concentran el mayor número, con alrededor de 130,000 casos, mientras que se registran 2,179 defunciones.

La sobrecarga del trabajo se incrementa día con día, no se cuenta con insumos para su misión, siguen con deficiente equipo de protección. En el frente de batalla de esta guerra que México y el mundo libra contra un ejército microscópico de coronavirus, los soldados, son toda la comunidad médica y trabajadores de salud, quienes viven un Duelo en diferentes aspectos.

Todos los trabajadores de la salud viven Duelos, estos son muy diversos y todos son al mismo tiempo y a esto le sumamos el estrés  con que trabajan y el miedo a ser contagiados y morir. Algunos de estos duelos son:

La perdida de la salud por el miedo de ser contagiados de COVID-19 y que ellos saben que no es fácil combatir ya que no se tienen  los insumos, los medicamentos y el conocimiento para pelear contra el virus y salir adelante.

También tienen el duelo de la pérdida de poder convivir con su familia de la misma forma que anteriormente lo venían haciendo. Actualmente algunos médicos, enfermeras y trabajadores de salud no pueden llegar a casa, se les ha otorgado en hoteles cuartos en donde ellos van a descansar y sólo tienen contacto con la familia por medio de video llamadas o simplemente llamadas. Llevan meses sin ver físicamente a su familia o a sus hijos.

Otros presentan el duelo de haber sido contagiados y de haber perdido la salud y estar en recuperación. Pero esto ha sido difícil ya que ellos saben los pocos insumos que tienen para afrontar esta enfermedad y que pueden llegar a perder la vida. Una consecuencia también es haber contagiado algún familiar y que este fallezca, crea un cargo de conciencia y culpabilidad que sume en depresión y desesperación.

Tienen que vivir y trabajar con todo el miedo y el estrés que se está generando pero que no pueden dejar el frente de batalla. Tienen toda la responsabilidad de sacar adelante a miles de contagiados y lograr que salgan con vida de los hospitales. 

Vamos a describir brevemente como es un día de trabajo en el Hospital General La Raza del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en la Ciudad de México, desde que llegan y checan en la planta baja a su hora para no perder los “estímulos” económicos a que tienen derecho, inicia la jornada de estrés.

De ahí se reparten como hormigas blancas a los diferentes pisos asignados: planta baja, urgencias adultos y pediatría, donde se atienden tanto a pacientes COVID como a pacientes “sanos”; tercer piso; terapia respiratoria; quinto piso COVID; Cuarto A y sexto B, Covid; torre con pacientes de los demás servicios No COVID. Inmediatamente después se reportan al rol y las jefas designan tareas específicas.

Para poder  entrar a las áreas donde están los pacientes con COVID-19, deben hacer todo un ritual al  ponerse el equipo de protección personal. La adrenalina comienza a correr, todas las partes del cuerpo que queden expuestas estará en contacto directo con el virus. Unos, antes de ponerse los goggles les ponen unas gotas de Pinol o Fabuloso y no es porque sean fanáticos de ese olor, sino porque si no hacen esa maniobra se empañan y no hay nada más fastidioso que traer esos objetos pegados a los ojos empañados. En esas condiciones pasan horas, cambiando camas, suministrando medicamentos, corriendo por medicamentos y materiales.

Ha habido días que han tenido que atender 30 pacientes con cuatro equipos de dos enfermeras generales. El aire de hospital tiene que pasar por la máscara, los dedos enfundados en látex y los ojos quedan con esa sensación de prepararse para nadar y jamás tocar el agua. El único líquido que corre por su cuerpo es sudor, no pueden ni rascarse, si sienten picor en alguna parte del cuerpo. Trabajan enfundados en un traje que no es cómodo pero que les brinda la tranquilidad de protección. Hacen equipos de dos para poner los implementos de protección, mismos que los protegen, pero que también sofocan y deshidratan, además les impide rascarse, y no se pueden quitar y volver a usar si necesitan ir al baño. Generalmente les toca atender alrededor de ocho pacientes diarios.

La pregunta diaria es ¿cuántos tubos te tocaron? Se refiere a los pacientes intubados. Los tubos son de los que tienen que estar al pendiente en la jornada. En un día normal atienden cada uno al menos a cuatro. La molestia mayor que refieren los médicos y enfermeras es  el sentir mucho calor en el cuerpo, estar sudando, el que te pueda picar la cara, tener comezón y no poder rascarte. Pero eso es lo fácil. Lo grave es lo que ver y sentir en personas graves. Llegan a conocer a los pacientes. Ellos quisieran hacer milagros, salvarlos, pero muchas veces no está en sus  manos. Es sentir esa impotencia de no poder hacer ya nada por un ser humano con el cual se ha estado luchando contra el COVID-19

Es triste lo que se  vive ahí dentro, saber la condición del paciente cuando no es alentadora y sostenerle la mirada cuando te ve a los ojos o ya ni eso puede. Y ahí dentro de esos trajes que los hace ver como envoltorios, el turno no es lineal. Basta el grito de un médico anunciando que un paciente se va a intubar para correr por el carro rojo, llegan de súbito varios integrantes del cuerpo médico y maniobran. El paciente está en una crisis y esa gente está haciendo todo lo posible para rescatarlo. Los enfermeros que se quedan fuera, preparan medicamentos, se la pasan actualizando soluciones, pasando todo lo que pacientes y personal necesita. 

No se pueden ni sentar un momento y tienen que comer en menos de 10 minutos. Pero no hay oportunidad para distracciones. Ponerse el equipo no es lo difícil de la jornada, lo delicado es salir y evadir el virus que, al menos en algún lado está impregnado. Quitarse un guante es todo un arte. De ahí pasan a las regaderas, saben que el baño con agua caliente desactiva el virus. Salen, buscan entregar al relevo, salir e irse a casa. Entonces viene la otra angustia: no contagiar a sus familias. 

Los hombres de blanco están en la trinchera, exhaustos pero en servicio.

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