No comulgo con los artistas que deciden poner su obra a los pies del poderoso.
Dicho esto, creo que es importante recordar cuál ha sido la relación entre el poder político, económico y militar con el arte, los artistas y la trascendencia de su obra.
Distanciar el arte de su contexto es imposible, pues incluso como herramienta contestataria, depende del muro que busca derribar. Los artistas estamos permanentemente influenciados por las dinámicas de poder de las que somos parte, además de ser indirectamente contaminados por las formas de ejercer la política que nos parecen ajenas. Es por esto que, si revisamos con cautela la historia de la humanidad, nos encontraremos que no son pocos los casos de estrecha simbiosis entre ciertas corrientes ideológicas, el arte que estas corrientes producen y la nueva información que la relación del espectador con el objeto artístico arroja.
Creo que la historia del arte está ligada íntimamente a la historia del capital. Los grandes monarcas, potentados y célebres han decidido sobre las corrientes artísticas a través del apoyo económico a tal o cual autor, del veto a tal o cual obra o simplemente manifestando su gusto personal. Escultores, poetas, novelistas, músicos, actores y un gran número de etcéteras han trabajado al servicio de las cortes, gobiernos, cámaras, empresas y contubernios económicamente dominantes desde que la historia es historia y el arte es, además de la expresión más humana del humano, una preciada mercancía que representa un universo en sí misma.
La historia moderna, la de las transformaciones sociales y el mundo que se acelera hacia la conexión de todos con todos, tiene también sus historias de artistas influyentes e influenciados. Tal vez el tipo de moneda cambió y ahora no entra el oro directamente a los bolsillos del creador por encargo o afinidad del rico; ahora es común encontrar artistas afines a diferentes grupos de poder que, lejos de obtener un reconocimiento económico directo por su obra, obtienen otro tipo de recompensa: el reconocimiento ideológico que los liga a un universo concreto con sus colores, tendencias, prohibiciones, verdades absolutas y tabúes intocables.
Mi más cercano ejemplo es la famosa “Nueva Trova Cubana”.
“La trova sin un trago se traba”
Le pusieron el mote “trova” porque se necesitaba un título para esa nueva generación de canciones post-revolucionarias que, sin saberlo, moldearían a toda una generación de jóvenes cubanos a través de la poesía y sus fondos estéticos e ideológicos. Ya existía la Vieja Trova Santiaguera y, echando mano de un poco de nacionalismo y otro poco de merecido homenaje, esta nueva tropa de guitarreros adoptó el nombre más por identificación folclórica que por querer ligarse a los antiguos trovadores medievales.
La NTC (Nueva Trova Cubana) se popularizó rápidamente y fue adoptada sin chistar como estandarte de las ideas socialistas y específicamente de el papel que los jóvenes desempeñaban en ellas. Gracias a su popularidad y a un claro esfuerzo de las autoridades cubanas por difundir a su nuevo sonido, la NTC salió de la isla y llegó al continente latinoamericano en un tiempo en que las ideas revolucionarias de izquierda, fundadas en el marxismo-leninismo, parecían una buena opción para alejarse de la influencia norteamericana y solidificar los lazos entre los pueblos hispanoparlantes. Fue así como las canciones de Silvio, Pablo, Noel, Vicente y Amaury encontraron un muy amable puerto en los oídos de universitarios, intelectuales, filósofos, sociólogos, historiadores y todo aquel interesado en la invisible liga que une el arte, la transformación, la justicia social y la esperanza en el porvenir; especialmente en aquellos que ya habían tenido contacto con sus respectivos “trovadores” locales: Atahualpa Yupanqui en Argentina, Víctor Jara en Chile, Chico Buarque en Brasil y la tradición del bolero y la Trova Yucateca en México, por poner algunos ejemplos.
El tiempo pasó y la Revolución Cubana se transformó en lo que es ahora. Periodos especiales, el bloqueo, las reformas culturales y la vida misma fueron cambiándole la cara a la NTC y a los trovadores cubanos. Algunos terminaron de funcionarios, abiertamente defendiendo la dictadura de los hermanos Castro, otros se fueron de la isla, siempre con un perfil respetuoso y sin hacer mayor aspaviento fuera de las leyendas urbanas, y otros tantos quedaron relegados a su “peña”, nombre que se le da al turno que un trovador cubre en algún centro cultural o de esparcimiento.
Una generación completa de artistas quedó ideológicamente ligada al régimen que hasta el día de hoy no permite elecciones abiertamente democráticas ni el acceso de organismos internacionales de observación que puedan documentar realmente las carencias y circunstancias de vida de los ciudadanos cubanos.
“La canción de protesta”
La NTC nació de la victoria de la revolución. Fue un canto transformador que cargaba con la premisa de que los nuevos poderosos serían mejores que los antiguos poderosos.
Para los mexicanos, que en ese entonces desayunábamos, comíamos y cenábamos al PRI, parecía una buena idea tener a la mano una que otra canción que hablara de que un futuro diferente es posible.
La protesta como motor del arte en nuestro país para nada nació a raíz de la llegada de las canciones de Silvio o Pablo. México tiene un largo historial de arte político, protestoso y revolucionario. Sin embargo, la figura del “trovador” cubano que llegó con guitarra en mano, sus similitudes con los trovadores yucatecos o con los decimeros jarochos funcionaron como catalizador y pronto tuvimos nuestra propia cepa de trovadores locales, cada uno cantando desde su ciudad lo que desde su trinchera observaba.
El origen revolucionario de la NTC y sus paralelos españoles que protestaban contra el franquismo y también hicieron gran fama en México, “alió” a los trovadores de manera natural con los partidos políticos de izquierda. Muchas veces escuchamos a intérpretes relacionados con la canción de protesta en mítines políticos del PRD, PT, PSD, etc.
Durante décadas, la fórmula del descontento social no tuvo mayor peso en la dimensión real de la política nacional, hasta hace un par de sexenios, cuando el movimiento obradorista nació y comenzó a reclutar de manera orgánica a artistas de diferentes disciplinas que pudieran, entre otras cosas, darle legitimidad a un proyecto fundado en los mismos valores, prácticas y personajes priistas que treinta años atrás sirvieron como hervidero del coraje que precisamente distanció al arte del oficialismo.
Durante la última campaña, nos tocó ver a los más “punk” cantar alegremente en pos de un político que buscaba el poder y esto, a pesar de que ya existía una íntima relación de algunos creadores con los partidos políticos de izquierda, es algo que antes no sucedía. Vimos a actores que habían renegado de cualquier expresión del poder dar dóciles mensajes de buena onda, vimos a colectivos contestatarios, escépticos y estridentes convencidos de que el futuro próspero podía descansar en una sola persona. Vimos, por primera vez en la historia de nuestro país, a la comunidad artística totalmente convencida de que nos convenía tener a esta persona en específico en el poder.
“El final de esta historia (enésima autobiografía de un fracaso)”
Personalmente no me identifico con las personas de poder y creo que lo democrático del arte en el mundo moderno nos da mil opciones para exponer nuestra obra sin necesidad de arrinconarnos a las faldas de los ricos o poderosos. Creo que la labor del artista jamás es estar del lado del poder, creo que hasta los más reconocidos compositores de cada corte se mofaban en secreto de las ridiculeces que presenciaban día a día. Creo que el creador no puede estar jamás del lado del que sostiene la espada, creo que el artista traiciona los principios más esenciales de su existir al doblegar lo sublime de la belleza ante lo burdo de la humanidad ambiciosa.
@aldoobregon