“Aprender, cantar, dibujar, bailar”

Aldo Obregón Criterios

Los animales aprendemos a través del juego. Cachorros de todas especies se preparan para los retos que la inclemente naturaleza traerá de manera segura en sus nidos, madrigueras, cuevas, o lo que sea. El simulacro de la vida refigurado por la mente infantil es un arma poderosa que la evolución nos ha regalado y da mucha ventaja al que logró criarse en un espacio seguro contra el que tuvo que entrarle a los guamazos así, sin propedéutico. 

Las habilidades primitivas que le permitían a mis ancestros lograr tal o cual cometido, seguramente muy primordial y vital, se fueron transformando a través de los milenios y ahora las hélices genéticas juegan para transformar esos talentos casi animales en sofisticados comportamientos muy humanos, muy sapientes, muy inteligentes y también muy convenientes. 

Representamos a la realidad con dibujos, encontramos melodías en el trinar de los pájaros y le hacemos ridículas onomatopeyas a los demás animales. A través del humor, la inocencia y un poco de tontería, los seres humanos logramos darle la vuelta al proceso evolutivo lento y seguro que reina sobre este planeta para abrirnos paso y llegar al cómodo punto en el que, como especie, nos podemos tomar tiempo de esparcimiento. 

En el Jardín de Niños aprendemos a dibujar sin salirnos de los bordes, a movernos imitando a la de por sí arrítmica maestra, a responder de manera veloz y precisa ante los embates de las convenciones sociales, a cantar (o por lo menos canturrear) alguna melodía. En fin, durante la primera infancia nuestra obligación en este mundo no es más que el aprender a abstraer, destrozar, reconstruir, expresar y volver a interiorizar todo lo que nos rodea. La tataratataratatarabuela que vive dentro de nuestro cerebro despierta a través de estos ejercicios y su experiencia milenaria sangra por dentro de nuestra psique hasta inundarlo todo y hacernos seres pensantes, sí, pero también reaccionarios y sensibles a todo estímulo que despierte las respuestas primitivas que tan dentro de nosotros viven. 

“Eso es para niños” 

Tengo un grupo multigrado a mi cuidado cada mañana del viernes. Chicos de cuarto, quinto y sexto de primaria entrar al salón de clases digital y comenzamos con una sana y sencilla rutina que contiene, pero no se limita a, ejercicios de calentamiento físico, estiramiento, calentamiento vocal, baile libre, etc. Todo esto en compañía no sólo del profesor Aldito, sino además de su increíble y peluchoso compañero de cuarto “Frutz”. 

“Frutz” es un títere, un personaje de peluche que utilizo como herramienta didáctica. Gracias a la imprescindible ayuda de mi novio, quien le da voz y movimiento al pequeño Frutz, mis clases se han convertido en un verdadero espectáculo televisivo en que los personajes te responden, interactúan y resuelven dudas. 

Este formato funciona a la perfección para los primeros años de primaria, pero, muy a mi pesar, ha quedado claro que la presencia de este personaje puede llegar a ser incómoda para los niños más grandes. Frutz invita a bailar, cantar y moverse sin pena, recalcando a cada momento que cada uno de nosotros tiene un estilo diferente para expresarse y que todas las voces y opiniones son válidas y deben escucharse. Esta filosofía choca inmediatamente con la actitud confundida y explosiva de la preadolesencia. Así, en el mismo grupo puedo tener a un buen grupo de alumnos de cuarto año de primaria sumamente entusiasmados con las actividades del día, mientras que otro grupo de niños más grandes lidia con la incomodidad de fletarse una clase completa con un lenguaje y temperatura que no corresponde a sus más “maduras” inquietudes. 

Conforme crecemos (y de manera muy violenta), se nos dice que todo eso que antes nos movía hacia la creatividad y el descubrimiento ahora es motivo de burla y debe de manejarse con pudor y vergüenza. No es que los alumnos mas grandes hayan perdido el gusto por el baile, es que los estándares de comportamiento del adulto dictan que el expresarse a través del cuerpo es algo reservado para los “talentosos” o los diestros, jamás para los simples mortales, so riesgo de quedar en ridículo frente al grupo. 

Lo mismo sucede con el dibujo y el juego. De repente, sin aviso, pasan a ser parte de las actividades prohibidas, de las que no se deben de experimentar por miedo a la vergüenza y a quedar fuera de los cánones de comportamiento que nuestra edad, sexo, etc. nos exige. 

“No dejar…” 

No dejar de jugar, no dejar de cantar, no dejar de bailar y no dejar de dibujar. Consejo neurológico, psicológico, metafísico, lúdico, pedagógicos y hasta médico. 

El cerebro necesita ejercicio. En nuestro afán de llegar a la homeostasis de la vida, olvidamos que el constante ejercicio es necesario para cualquier parte del cuerpo. No es cierto que los adultos tengan más problemas de aprendizaje, es que normalmente se han olvidado de cómo aprender. 

Cuando somos pequeños no dejamos de aprender de todo y de igual forma llega a nuestro cerebro la información que más nos llama la atención como la que jamás será aplicada en nuestra vida práctica. Pero aprendemos. El cerebro está trabajando y queda listo para absorber, abstraer, interiorizar, modificar y volver a expresar todo lo que le llegue. 

La especialización es engañosa y pensamos que le estamos haciendo un bien a nuestro ser intelectual cuando enfocamos nuestros esfuerzos en una sola área del existir, pero esto es una trampa peligrosa, pues la misma pereza y comodidad que acompaña a lo “específico” nos aleja del reto y terminamos perdiendo habilidades que, supuestamente, son tan básicas e importantes que acaparan nuestros primeros años como estudiantes. 

Así que, ahora mismo, agarra una hoja de papel, retrata el mundo que te rodea, ponle una tonada y mueve los pies al compás que la ciudad te marque. 

Aprende, baila, canta y dibuja, como cuando era lo único que importaba. 

@aldoobregon