El arquitecto moderno no tiene ego

Criterios Enrique Acuña González

Cierra los ojos y recuerda el momento en donde tenías que elegir la carrera que ibas a estudiar. Estás en segundo o tercer año de preparatoria, y sumado a las fiestas, música de moda y personas que te gustaban dando vueltas en tu cabeza, en mayor o menor medida la ansiedad empezaba a invadir tu mente tratando de resolver uno de los pasos más importantes de tu vida. Al menos eso es lo que te hacen creer si alguna vez tuviste algún tipo de orientación vocacional. 

Eliges ser arquitecto. Podrías estar casi seguro u obligado por tus papás. Tal vez seas el eslabón perdido y tengas 100% de seguridad del camino que estás eligiendo al tomar esa carrera como opción de vida. La gran mayoría irá enamorándose o desencantándose de la profesión a lo largo del arduo y exigente camino. Si logras sobrevivir todos los semestres, por fin tendrás un título que no sólo estará enmarcado en tu oficina, si no que los albañiles y contratistas te empezarán a llamar “arqui”. Lo sé, es una sensación tan bonita que te confirma todavía más que el camino que elegiste es el correcto.  

De repente te topas con la realidad. Así como tú, en México existen alrededor de 200mil arquitectos más, y cada año se suman 10mil nuevos a las filas de la profesión. Significa que por cada mil habitantes en México hay 1.6 arquitectos. O visto de otra forma, cada arquitecto del país tiene la capacidad de atender a 625 personas. Pareciera que es un número razonable para vivir de la profesión, ¿Verdad? Dentro de esas 625 personas hay niños y diferentes estratos sociales y económicos. Ojalá tuviéramos seguros a 625 clientes para nuestro actuar profesional; la realidad es que a lo mucho el 3% de todos ellos podrían ser tus clientes potenciales. Eso pensando en que a cada arquitecto se le reparten grupos de población por igual. Sabemos que la realidad no es así. Bienvenido a las noches interminables sin dormir por falta de oportunidades y clientes.  

Por experiencia y vivencia puedo decir que es justo en la carrera en donde se nos forma para llegar a este callejón sin salida. Normalmente en la carrera de arquitectura existe una columna vertebral de materias seriadas que tienen que ver con la solución de espacios, casi siempre asignaturas con el nombre de “proyectos” seguido de algún número romano consecutivo. Lo más común es que los arquitectos que enseñan dichas materias tengan un ego notablemente alto, y es justo lo que les transmiten a sus alumnos. A los arquitectos, por lo tanto, nos forman con base en la justificación de nuestro ego, porque así formaron a nuestros maestros, y así los formaron a ellos durante varias generaciones. Aprendemos que el arquitecto es un elemento necesario en la sociedad y el solo hecho de existir es más que suficiente para que la sociedad ruegue por tus servicios. Ego en todo su esplendor. Nos entrenan para justificar caprichos personales con palabras rimbombantes y conceptos rebuscados, para salirnos con la nuestra y ganarle la batalla conceptual al que se nos ponga enfrente, imponiendo nuestras ideas sobre cualquier otra. Supremacía en todo su esplendor.  

Al salir te das cuenta que por mucho vocabulario rebuscado y justificación etérea que tengas en tus proyectos, la demanda laboral solo exige que puedas utilizar AutoCad y si acaso tener conocimiento en algún programa de modelado 3D. Imponer tus ideas sobre las de tu cliente ha provocado que te den las gracias. Tal vez no sea necesario diseñar un espacio de convivencia familiar que permita la interacción íntima entre los seres, mejorando las relaciones humanas con la naturaleza al incrementar el contacto con la luz del astro rey de nuestra tierra, alineando nuestras energías en equilibrio con la banalidad de la existencia y nuestra misma razón de ser. “Arqui”, tu cliente sólo te pidió que hicieras una ampliación en su recámara. Escúchalo. 

Entiendo que es difícil romper con todo lo que nos tatúan en la carrera. Deberíamos voltear a ver a las personas que nos rodean y escuchar lo que nos piden. En vez de estar compitiendo por ofrecer el concepto más elaborado, el diseño más innovador, el render más foto realista, el proyecto con más premios, deberíamos estar compitiendo por el mayor número de problemas resueltos. Como arquitecto es nuestro deber utilizar nuestros conocimientos y habilidades para resolver problemas de muchos tipos dentro del espectro de la arquitectura, diseño y construcción. Esos problemas pueden ser desde el diseño de una silla, la renovación de una cocina, el nuevo “roof garden” o la remodelación de una casa. Todos deseamos que nos llegue ese cliente sin problemas económicos que nos otorgue libertad creativa y que además no nos cambie un solo detalle del proyecto original. No digo que no existan, solo digo que son el cometa Haley de los clientes. Por lo pronto, deberíamos cambiar nuestro paradigma, escuchar más al cliente y menos a nuestro ego.  

Arquitecto, pregúntate para quién quieres trabajar. Tu cliente no es tu empleador y no creo que podamos decir que “siempre tiene la razón”. Si te está buscando es porque tiene alguna duda, algún tipo de inquietud o necesita seguridad con un profesional como tú, que le señale el camino más adecuado y eficiente para lograr ver su deseo hecho realidad. Tu eres el medio para hacer realidad su sueño. Es un propósito tan noble que el hecho de no poder lograr tu sueño, la fachada más moderna de la calle, por ejemplo, pasaría a segundo término. Un cliente feliz vale más que mil publicaciones en revistas que, por cierto, ninguno de tus clientes lee. Trabajar para los demás es mucho más redituable, prestigioso y gozoso que buscar al cliente que te permita hacer tu obra maestra. Ellos son los que te traerán más clientes nuevos, con nuevos problemas y necesidades. Por definición, cada artista sólo tiene una obra maestra. Qué eliges, ¿tu cliente o tu ego? 

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