El arte ha sido muchas veces incómodo para el poder en la historia, y el poder se ha ocupado en censurar y callar a quienes se le oponen a cualquier precio, incluso sin importar si se trata de genios o si en el trayecto destruyen obras de arte o persiguen y asesinan grandes artistas; desprestigian o prohíben al pueblo si quiera conocer sus obras, como si callando a los artistas callaran el sentir y el pensar de buena parte de las sociedades, ignorando por completo que el arte es el reflejo social convertido estética.
Francisco Franco, el dictador español aliado de Hitler y ganador de la Guerra Civil Española, gobernó España desde 1936 hasta que murió en 1975, es decir gobernó 39 años en los que persiguió con toda la fuerza del Estado y sin ningún tipo de escrúpulo a todos aquellos que no estaban de acuerdo con su gobierno, lo que en un país tan polarizado y con las divisiones sociales tan marcadas heredadas de la guerra, era en términos prácticos la mitad del país
La persecución franquista, el terror blanco, generó el exilio y el escape de España de muchos artistas que encontraron en el exilio la única manera de salvar la vida y seguirse expresando, sin embargo, uno de los que no pudo huir fue Miguel Hernández, quien hubiera sido el mejor poeta de la lengua española si lo hubieran dejado vivir más de los 31 años antes de morir de enfermedades respiratorias a causa del frío y las condiciones de las diferentes cárceles de las que fue trasladado constantemente.
Cuando su mujer le escribió que en la España de la ultra derecha franquista no había que comer más que cebollas para alimentar a su hijo de 9 meses de edad, el poeta respondió escribiéndole un poema a su hijo, que años más tarde el catalán Joan Manuel Serrat le pondría música y se haría una de las obras de arte más dolorosas y sentidas en las que Miguel Hernández añora la risa de su hijo, le desea toda la fuerza para seguir pese a todo y que aproveche al máximo su infancia: “Nanas de la cebolla”.
Miguel Hernández nunca volvería a su familia.
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.