Jesucristo no es como lo han pintado, al menos no como se encuentra en la mayoría de las iglesias mexicanas construidas por arquitectos y artistas europeos que tenían por objetivo edificar la fe católica en territorio americano. En su lugar, la imagen física de Jesús fue una canal para hacer crecer el poder de una institución política y religiosa, para lo que bien vale la pena: “blanquear” un personaje.
Dibujar a Jesús y al mismísimo Dios como hombres, blancos, barbados de cabello largo y cuerpo fuerte, fue un tema de mercadotecnia y una estrategia de dominio para los reyes y papas medievales, cuya legitimidad se basaba en la voluntad de Dios. Dicho en otras palabras, asociar la divinidad al fenotipo europeo, fue para las élites católicas medievales muy conveniente. Desde luego, en tiempos de reyes la legitimidad de su poder y la superioridad de su sangre o linaje se fundamentaban en la creencia de que ello era un “mandato divino”, y en ese orden, era apenas lógico que en esta construcción política que ordenaba cruzadas para recuperar la tierra santa, descubrimientos, evangelización, inversiones en castillos, y cientos de medidas inquisitivas, se pusiera su fe en un Dios que bajo el versículo del “a su imagen y semejanza” Génesis 1:27, fuera físicamente similar a ellos. No es entonces difícil de comprender que, en el momento histórico más monárquico, autoritario e impositivo del eurocentrismo, no se pudiese concebir a un Jesús más parecido al que seguramente fue, aprovechando que ninguno de los evangelios lo describe físicamente.
Según historiadores, Jesús fue más bien moreno, medía aproximadamente 1.60, tenía barba y cabello corto (esto por ser la moda de los habitantes de judea del Siglo 1), distando su físico de la publicidad religiosa y política medieval, y con esto, me asalta una duda, ¿hubiese existido la fe religiosa cristiana en occidente de haberse conocido el fenotipo real de la nación de Judea hoy Israel?
El debate es vigente, aunque ha mutado. Pensemos que la concepción y la percepción visual que se tiene y que se ha construido en las sociedades occidentales sobre Jesús, persiste y sus modificaciones se han hecho para extender su conquista, no sólo en lo territorial sino también en lo espiritual que, desde luego, van a la par. Se han logrado permear las creencias propias de una comunidad con las de ellos, es el caso de México, donde lo prehispánico subsistió a modo de un sincretismo en el que deben coexistir jesusees europeos con vírgenes morenas y muertos que regresan a comer a la casa el 2 de noviembre.