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El Padrino de Mario Puzo: iniciador de una cosmovisión extraña

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A Mario Puzo le debemos la creencia implantada en el imaginario colectivo de la ética y los valores que tienen los miembros de la delincuencia organizada. Su libro, El Padrino, publicado en 1969 que rompió records de ventas en Estados Unidos, así como la película derivada de éste, dibujaron a uno de los criminales más sanguinarios y dedicados al tráfico de influencias, el control de sindicatos, la trata de personas y el juego ilegal, como una persona íntegra, que cumplía su palabra a toda costa y que ayudaba a todo el mundo sin importar su condición social a cambio de la pura amistad o de pequeños favores.

Vito Corleone, el Don protagonista de la novela, era un inmigrante italiano que escapaba de una amenaza de muerte provocada por un mafioso local en su tierra natal. Llegó a Estados Unidos y con el tiempo consolidó una de las organizaciones de crimen organizado más poderosas de Nueva York, inicialmente involucrándose en actividades como el tráfico de ropa y más tarde en el contrabando de alcohol y el tráfico de influencias. Aunque su poder era ampliamente respetado y temido, también era conocido por ser extremadamente conservador, racista y con valores arraigados en el catolicismo tradicional, representativos de la cosmovisión de la primera mitad del siglo XX.

Don Corleone, a pesar de su actividad criminal, inspiró la idea en el imaginario colectivo de que un criminal puede ser una persona con principios inquebrantables. Esta noción permeó a otros criminales que emularon una suerte de “Robin Hood” del siglo XX, aprovechando los huecos en el tejido social y político, así como la ambición de quienes detentan el poder. Sin embargo, también mantuvo una escala de valores sólida que generó admiración incluso entre sus detractores.

De ese modo, nacieron muchos de los mitos acerca del comportamiento de los líderes de grupos de crimen organizado, alimentado por películas, canciones y series, así como por las historias románticas de muchos narcotraficantes en todo el mundo. La versión actual se refleja en los narcocorridos, las narcoseries y las historias de criminales que suscitan empatía y admiración en amplios sectores de la sociedad. Estas narrativas a menudo transforman a los “malos” en víctimas de sistemas injustos o en individuos que saben aprovechar los recovecos legales, sociales y morales de sus entornos.

Así es como muchas historias criminales se han construido, elevando sus vidas como ejemplos que, lamentablemente, eclipsan a otras historias de éxito basadas en caminos más honestos. A veces, se percibe que es mejor dedicarse a causar daño, pero dentro de ciertos límites, en lugar de adherirse a los estándares impuestos por la sociedad. Se llega incluso a la creencia de que los caminos más fáciles proporcionan una mayor satisfacción que seguir vías más tradicionales como el estudio o el trabajo duro, que a menudo resultan en recompensas menores.

Pensemos en el Chapo Guzmán, un narcotraficante que, sin venderse como un líder político, indudablemente fue una figura no solo en el ámbito criminal, sino también en el social y comunitario. Se habla que contó con el apoyo de múltiples ciudadanos de a pie, porque se le consideraba un hombre “noble” y “justo”, que no cobraba piso, apoyaba a las familias y era un buen hijo. Además, ganó fama como un “justiciero” al defender a la gente de bandas criminales como los Zetas, una extensión del Cartel del Golfo, que comenzaron a extorsionar, secuestrar y cometer otros crímenes atroces.

Las historias de estos personajes, han ido fortaleciendo en el imaginario colectivo la concepción de que los criminales se conducen con valores estrictos, lo que los hace más confiables y admirables, para muchísima gente. Así es que Mario Puzo no solo contó una novela, sino que describió a un personaje que se ha ido repitiendo a través de los años, en distintos momentos y lugares.