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Repartir y negociar en nombre de la paz

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Hay momentos en la historia en los que los más poderosos se han repartido al mundo. No es una exageración, se ha tratado de “negociaciones” que se han dado incluso en el nombre de la paz en la lógica de que repartir es negociar. Y tienen razón, ¿por qué armar una guerra costosa en todos los sentidos cuando es mejor hacer pactos para repartir botines?, aunque esos botines pasen por encima de personas, culturas y pueblos enteros.

En Roma, después del asesinato de Julio César, su hijo político Octavio, se vio obligado a pactar con Marco Antonio y Lépido, quien representaba en ese momento al Senado, para repartirse al mundo después de haberse confrontado en una guerra civil que no tenía fin; lo que provocó que los generales decidieran que era mejor simplemente dividir al Imperio. Así, a Marco Antonio le tocó gobernar sobre todo el territorio griego y Asia; a Octavio sobre España y Francia; y a Lépido sobre África, que incluía Egipto. Todas las colonias garantizaban un enorme control político y que los generales amasaran riquezas considerables a costa de la explotación de miles de pueblos y millones de personas.

1,500 años después del mal llamado Descubrimiento de América, los poderosísimos España y Portugal empezaron a pelear por el control del Nuevo Mundo y de la costa occidental de África. El Papa, una autoridad legítima para mediar, había otorgado a los portugueses el dominio africano y a los españoles el americano. Sin embargo, esto no resultó suficiente para los portugueses que querían aprovechar las riquezas americanas, confrontándose con España. Para evitar el conflicto, el papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) decidió dibujar una línea en el mapa de América de lo que hoy es la frontera entre Brasil y Paraguay, repartiendo la suerte de todos los que vivían en el continente y sus riquezas, para ser explotadas por los conquistadores.

400 años más tarde, al terminar la Segunda Guerra Mundial, los triunfadores debían decidir qué hacer con los derrotados Alemania y sus aliados; simplemente decidieron que lo más sabio para evitar más guerra y un conflicto armado entre Estados Unidos y Rusia fue dividir el botín, empezando por Berlín, dejando a la Europa Occidental como capitalistas y la Europa Oriental como socialistas, bajo el dominio político, económico e ideológico de las potencias.

Las secuelas de los tres sucesos han sido enormes y determinantes para millones de personas en el mundo y al día de hoy no se puede entender la historia ni lo que somos sin conocer estos sucesos; aunque parezcan increíbles o se expliquen más por la ambición y el control político y económico de los más poderosos.