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Confundir lo grandioso con lo grandote

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La arquitectura es arte, y es muestra de poder cuando las construcciones se hacen por orden de un gobernante y con recursos públicos, independientemente de momento en el que las realicen. Siempre han pretendido mostrar la, en términos de Maquiavelo, “grandeza de un príncipe”; en estricto sentido, aunque no sean ellos quienes se encarguen de diseñar o se pague de su bolsa, las obras se atribuyen a ellos.

Las construcciones se ven mucho más que casi cualquier acción del gobierno por buena que sea, la gente habla de ellas y es testigo del proceso para su construcción, el tiempo, las dificultades y el número de personas que significó; difícilmente se ve detrás el proceso administrativo o lo que dejó de realizar el gobierno con ese mismo dinero, incluso a veces la utilidad que puede representar la obra.

Sin embargo, las obras han cambiado con el tiempo. Los egipcios erigían pirámides con el objetivo de honrar a las dinastías; los romanos arcos para conmemorar los triunfos políticos y templos religiosos; los gobiernos medievales iglesias para la promoción del cristianismo; los prehispánicos, pirámides para la religión y la guerra, o sea la política.

Una vez que se separó legalmente el poder religioso del poder civil, en el siglo XIX, las obras cambiaron su sentido, pero no su lógica. Explico, antes de dicha separación se honraba a la religión, pero las obras se hacían para mostrar el poder, al mismo tiempo que las grandes obras posteriores que promocionaban temas como el arte, como en el caso del Palacio de Bellas Artes o la política, como el Ángel de la Independencia.

Al paso del tiempo, el sentido se fue modificando. Ahora los gobernantes continúan utilizando las obras que supuestamente se hacen en favor de la política pública, pero con la misma lógica de demostrar la grandeza de los gobiernos; ahora se construyen hospitales, carreteras, puentes o mega parques, cosas que sí bien pueden resultar útiles para la gente, pueden ser igual de inútiles que los gobiernos.

Hoy es criticado cuando se hacen obras para conmemorar triunfos políticos como la costosísima Estela de Luz de Felipe Calderón, que se construyó en Paseo de la Reforma para conmemorar 200 años de la Independencia de México y fue muy criticada, pero se aplaudió la construcción del Arco Norte, cuando posiblemente no era la autopista que más urgía, se concesionó a privados durante años y los contratos fueron opacos, por decir lo menos.

Jorge Ibargüengoitia decía que los mexicanos, y omitió al resto de la humanidad, tendemos a confundir lo grandioso con lo grandote. Sin dudas, tenía razón.