La temporada de los premios Nobel ha comenzado, y sin temor a sonar magnificente, el Nobel de Paz es, sin duda, el que más conmueve y toca fibras profundas. Se convierte en una especie de martillo que, entre tantas subjetividades e incertidumbres sobre quién tiene la razón, ha logrado consolidarse como un juez imparcial, especializado en ello, y sobre todo, con una credibilidad moral que históricamente ha favorecido a los países nórdicos. Nada más representativo de esa tradición que el propio Nobel de Paz.
Aclaro desde ya que esto no es más que un análisis general sobre las posibles causas por las cuales el Nobel de Paz resulta tan relevante. No es accidental que el propio Donald Trump esperara ansiosamente su obtención, tras su precipitada y oportunista mediación en uno de los conflictos más atroces del siglo XXI: el genocidio en Gaza.
Lo cierto es que, en un mundo profundamente politizado y dividido entre facciones radicales de izquierda y derecha, el hecho de que la principal opositora del régimen bolivariano de Venezuela haya recibido este reconocimiento no es menor. Se trata, sin duda, de una ventana que permite redirigir la atención internacional hacia la crisis material y democrática que vive Venezuela desde hace casi dos décadas —una prolongada vulneración de derechos humanos—. En la coyuntura actual, con el respaldo que potencias como China y Rusia brindan al régimen venezolano (clasificados como de izquierda), la facción opositora se identifica hoy con la derecha. Sin embargo, en el contexto interno de Venezuela, donde predomina un gobierno dictatorial, esa derecha actúa, paradójicamente, como oposición legítima. Incluso aunque Machado pide apoyo de EEUU para derrocar el régimen socialista de Maduro, entre la misma y Trump se han evidenciado marcadas diferencias y una clara falta de sintonía ideológica.
Machado recibe este premio justamente en el momento en que Donald Trump lo anhelaba, y en el que el mundo occidental experimenta un giro hacia políticas “anti-woke”, es decir, contrarias a la conciencia y justicia social, a los derechos LGBTQ+, a la igualdad de género, al ambientalismo y al antirracismo. Países como Estados Unidos han emprendido una política cruel y sin precedentes contra los migrantes latinos: lucir como venezolano o mexicano se ha convertido en motivo de persecución, expulsión, maltrato, reclusión y múltiples vulneraciones de derechos humanos. Tendencia que, preocupantemente, también comienza a consolidarse en naciones europeas que hasta hace un par de años eran ejemplo de progresismo, como Alemania, donde el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) —catalogado por muchos como los “nuevos nazis”— se ha convertido en una fuerza política mayoritaria, superando a los socialdemócratas y posicionándose como el segundo partido más popular del país.
Machado representa, en muchos sentidos, lo opuesto a las tendencias cíclicas de cambio ideológico actuales —del péndulo entre izquierda y derecha—. Es mujer, es latina, proviene y defiende las causas del país más discriminado de la última década. Y, sin duda, desde su exilio —desde un lugar aún desconocido—, recibir el Nobel de Paz se traduce en una poderosa dosis de esperanza y fortaleza para quienes continúan resistiendo dentro y fuera de Venezuela, esperando poder recuperar lo que era su país.
Machado vuelve a convertirse en una inspiración, y una de las más potentes. Su reconocimiento sacude tanto a las generaciones jóvenes como a las adultas, porque premia la persistencia y la coherencia entre convicción y acción, más allá de los discursos políticos o de quién tenga la razón. Las luchas de Machado no son ficciones: son realidades difíciles de ignorar. Su labor refleja una enorme energía, mentalidad y fortaleza, que incluso ha superado a otros hombres que intentaron liderar la oposición, como Juan Guaidó. Machado ha mantenido, desde los años de auge de Hugo Chávez, una oposición férrea y visible, contra un régimen cada vez más autoritario. Hoy, cuando ese sistema ha mutado a una dictadura absoluta que despojó a los venezolanos de todo y los forzó a un éxodo hacia un mundo que muchas veces los desprecia y discrimina, su figura adquiere una dimensión simbólica enorme: la de una mujer que, pese a todo, sigue resistiendo.

