Los “Anti Ciudadanos”

Criterios Enrique Acuña González

¿Cuántas veces no han pensado en el tráfico, o en el transporte público, o sentados en un parque, lo que harían con la ciudad en donde viven que podría ser la solución a todos los problemas que año tras año le duelen a su ciudad? Muchísimas personas han propuesto reubicar terminales de autobuses, generar barrios completos para la venta informal en forma de plaza pública, redistribución de los mercados más tradicionales, la modernización del transporte público o hasta la restricción de las grandes cadenas comerciales que solo llegan a comerse la economía local destruyendo al pequeño establecimiento y dejando a miles de familias sin sustento. Si todos hemos pensado en esto, y son cuestiones que necesitan solución cada año que pasa, ¿Cómo es posible que no se haga nada al respecto? 

La semana pasada comenzamos a platicar sobre el infinito mundo de posibilidades que puede ofrecer un sistema tan complejo como lo es una ciudad, y lo divertido que era jugar a ser el mejor alcalde del planeta simulado en “SimCity”. También dijimos que no es posible hacer ciudades sin gente, y que al tratar de diseñar estrategias de expansión, mejora y progreso para las ciudades que habitamos tenemos que considerar a toda la gente y su cultura.  

¿Quiénes son los responsables de formar las ciudades? En la rama del urbanismo a lo largo de la historia ha habido muchas teorías. Se ha tratado a la ciudad como una máquina, como un ser viviente, como un conjunto de células independientes. Siendo muy estrictos, los que mandan la forma en la que se destinan calles, colonias, usos de suelo y equipamiento urbano es el Estado. Cada municipio tiene por obligación generar un plan de desarrollo urbano, en el cual se tiene que ir avalando al supervisar la expansión de la ciudad hacia las zonas autorizadas. Hay zonas de diferentes densidades, habitacionales, comerciales, mixtas, parques públicos, reservas territoriales, reservas ecológicas, todo un plan maestro que define quién y cómo vive en cada sector de la población. Hasta aquí, todo parece que sigue siendo un juego virtual. 

Ya sé que varios a estas alturas han de estar riéndose por dentro. Estamos hablando de un plan maestro que requiere disciplina y mucho compromiso a largo plazo para que la ciudad se parezca a lo que un grupo de personas diseñaron. Así es, estamos esperando disciplina y compromiso de un Estado que se caracteriza por ser el más improvisado y oportunista de todos los tiempos. Si un Ayuntamiento tiene sólo 3 años para administrar los recursos a cargo de su ciudad, ¿En algún momento a alguno de ustedes les ha parecido que haya un plan de más de 6 años para el desarrollo de las metrópolis? A mí tampoco.  

Ya vimos, entonces, que la carta urbana que va de la mano con el plan de desarrollo son las reglas del juego para saber lo que se puede y no se puede hacer en una ciudad. Pero eso es pensando en que todos los que jugamos este juego somos iguales, y la realidad es que no lo somos ni tantito. Todavía no les contesto quiénes son los responsables del trazo y comportamiento actual de las ciudades, y para no seguir dándole vueltas les voy a contestar lo más concreto que puedo. El responsable que históricamente ha estado modificando las ciudades para que sean como nosotros las conocemos es EL PODER.  

A lo largo de la historia, el que estaba en el más alto mando era el que dictaba la forma en la que se trazaran las ciudades. Si has escuchado alguna vez que: “Todos los caminos conducen a Roma” es justamente porque en las épocas del Imperio Romano se trazaron caminos que comunicaran todas las provincias en su poder hacia la capital con fines militares y administrativos. A la caída de los romanos, los diferentes reinados trazaban sus territorios conforme se fueran conquistando o adquiriendo feudos aledaños. En el renacimiento se plasmó la ideología de moda en todo lo que pasaba en la vida cotidiana y la pedrada les tocó también a las ciudades nuevas que surgieron como experimentos de trazas cuadriculadas, como Nueva York o Puebla. Para los inicios de la revolución industrial el poder comercial seguía forjando sus propios caminos, pero ahora con ferrocarriles, mientras que los grandes imperios como el de Napoleón trazaban enormes avenidas que hicieran juego con su egocentrismo. Por eso las calles principales de París convergen en el Arco del Triunfo, o el Paseo de la Reforma remata con el Castillo de Chapultepec. Ambos son de la misma época. 

A partir del siglo XX la explosión demográfica, las revoluciones sociales y el avance en las tecnologías de la comunicación hicieron posible que las ciudades crecieran en función a la autoridad más poderosa del mundo moderno: el comercio. Todas las calles principales existen para conectar zonas importantes que cuentan con flujos de dinero constantes. ¿No me crees? Es bien sabido que el boulevard principal de tu ciudad tendrá mantenimiento constante, mientras la calle de tu colonia sigue teniendo el mismo bache de hace 4 administraciones que a nadie le importa.  

Las razones por las que tu ciudad crece y cambia principalmente: 

-El Estado invierte dinero en avenidas muy transitadas o equipamiento de gran escala para que los ciudadanos (votantes) perciban que hay buen uso de sus impuestos.  

-Un grupo de empresarios pacta el desarrollo comercial de una zona con el Estado cambiando usos de suelo para que la plusvalía se dispare y esos primeros peregrinos de las zonas vírgenes hagan negocios de rentabilidades muy jugosas.  

-La explosión demográfica sale de control y surgen asentamientos irregulares en las periferias de las ciudades que después aglomeran grupos semi autónomos de ciudadanos (votantes) que inevitablemente conviene regularizar, acercándoles servicios e infraestructura. 

No vamos a negar que en varias intervenciones se vio por el progreso y desarrollo de la ciudad, se pensó a largo plazo y el beneficio fue muy palpable para los habitantes. Estoy seguro que muchos de los servidores públicos encargados en el desarrollo urbano rezan cada cambio de administración porque lo que ya funciona no se vaya a destruir o cambiar por diferencias políticas. En ciertas ocasiones existe congruencia y respeto a los planes del pasado que resultan en ciudades agradables y prósperas; en otras, el pasado es el mismísimo demonio y merece ser destruido para darle camino a la nueva transformación. ¿Y los ciudadanos? Con las manos atadas.  

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