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El PRI, el muralismo, la Revolución y la decepción histórica: Ecos del pasado en el presente político

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Es imposible hablar de México sin mencionar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), aquel gigante político que, no hace tanto tiempo, ejercía un poder absoluto. Nacido como Partido Nacional Revolucionario el 4 de marzo de 1929, en un México donde el nacionalismo florecía, el PRI encontró en el arte un reflejo de su esencia y un poderoso aliado.

El arte posrevolucionario, y en particular el muralismo de figuras como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, emergió como una herramienta esencial para construir una identidad nacional aún en proceso de definición. En una época sin la inmediatez de la tecnología actual, el muralismo se convirtió en el grito de México al mundo. El mensaje primordial era la justicia social, una bandera que el PRI enarboló con astucia, prometiendo un futuro mejor bajo su mandato. Supo utilizar las expresiones artísticas como propaganda, fortaleciendo su discurso y proyectando una imagen de un país próspero, pujante y en paz, unificado bajo un mismo símbolo.

Recordemos que el muralismo mexicano tomó forma bajo el gobierno de Álvaro Obregón, en la década de 1920, con José Vasconcelos como secretario de Educación Pública. Fue bajo su dirección que los artistas recibieron el encargo de pintar murales en edificios públicos, construyendo un lenguaje oficial que exaltaba los ideales revolucionarios de tierra y libertad, la herencia prehispánica, el nacionalismo y las luchas de las clases trabajadoras y campesinas.

Los “tres grandes” muralistas no pudieron evitar plasmar sus convicciones políticas y visión social en sus obras, en sintonía con el comunismo y el proyecto de construcción nacional del Estado mexicano. Más allá de ideales sociales, estas expresiones artísticas se transformaron en una ideología institucional y educativa que legitimó al partido en el poder. En aquel entonces, arte y activismo político se fusionaron en el combate por un pueblo con altos niveles de analfabetismo. Poder y arte forjaron una alianza inquebrantable, beneficiándose mutuamente: el PRI obteniendo legitimidad política e histórica, y los artistas recibiendo apoyo institucional para el florecimiento del muralismo mexicano.

Hoy, el PRI ha aprendido a aprovechar la propaganda para ganar adeptos. Sin embargo, las promesas de un pasado de orgullo nacional, lucha social, arte, creación y estabilidad se ven cada vez más distantes. De aquel PRI hegemónico, omnipotente, queda poco. Ha sido relegado a un partido pequeño y sin influencia, carente de figuras relevantes que puedan rescatar aquellos valores por los que lucharon los revolucionarios.

Tal vez, incluso, sea momento de cambiarle el nombre o enterrarlo junto a otros gigantes que, pese a la sorpresa de todos, tuvieron su fin.