Esta semana hice, junto con mi abuela, los tradicionales y poblanísimos chiles en nogada. No les explicaré mucho ya que tengo un conflicto de intereses acerca de la receta con otro colaborador de este honorable medio informativo, pero no es en lo que me quiero enfocar en este momento. Los chiles en nogada, te gusten o no te gusten creo que te hacen pensar en tradiciones y para varios de nosotros es pensar en reunir a tu familia, algunos para cocinar y otros sólo para comer. Recuerdas a los que ya no están con nosotros y quieres convencer a los que se unen al círculo familiar de que los chiles en nogada de tu familia son los mejores que han comido en su vida (yo lo logré con mi familia política).
En mi caso, obviamente, lo relacioné con el libro: “Como agua para chocolate”. La autora, Laura Esquivel, inicia cada capítulo de esta historia con una receta y la última es para preparar chiles en nogada (con una receta algo cuestionable, ya que ella no es poblana); también nos explica como preparar Chorizo norteño, Tortas de Navidad y Torrejas de nata, estas últimas te hacen saber que hay muchas formas de hacer el almíbar y cada revolucionario que se respetara debía aprender a diferenciarlos para quedar bien con su jefa.
Al leer esta historia, tenemos que tomar en cuenta que está situada en la época de la Revolución, en el estado de Coahuila y en una sociedad en que el Manual de Carreño (libro de modales y buenas costumbres, del que sí gustan podemos hablar en otro momento porque aún existe) era más respetado que la Biblia. Todas las mujeres de esta historia hacían lo que se les había enseñado desde niñas, no sabían que había otra manera de hacer las cosas, por lo tanto, todas son víctimas y victimarías de las otras.
“Como agua para chocolate” es una historia que cambia radicalmente si decides leerla primero desde el punto de vista de Tita, la protagonista e hija más pequeña de la familia. Cambia si decides leerla desde el punto de vista de Rosaura, la hermana mayor, que seguramente odiaste al leer la historia por primera vez. Y es otra historia, una vez que conoces el pasado de Mamá Elena.
El que también cambia desde la perspectiva en que lo lees es el personaje de Pedro protagonista masculino, en una versión es una víctima de las circunstancias, que no logra ser feliz con el amor de su vida. En otra versión es una persona sumamente egoísta donde no sé quiere dar cuenta del daño que hace a la relación entre hermanas en la que esta inmerso y en otra es un débil, un falto de pasión y de decisión, un pocos… recursos para poder ser feliz y hacer feliz, ese sí no tiene perdón de Dios.
La historia, además de ser de amor, contiene algunos tintes de realismo mágico, lo que quiere decir que hay algunos fenómenos inexplicables que se atribuyen, en este caso, al poder del amor que logran tener estos personajes en cada una de sus historias. La mayoría de estos se relacionan con la comida, un pastel de bodas que logra que todos los asistentes lloren recordando al amor de su vida; las codornices en pétalos de rosa que hacen que una mujer logre causar un incendio y un caldo de res que logra que alguien recupere el habla.
Pero sobretodo, habla de una familia, el amor y odio entre hermanas, en que al final el amor es más grande. En como en algún momento todos hemos pensado que odiamos a alguno de nuestros padres, sin entender que la vida o la manera en que los criaron, los hicieron las personas que son. Habla de las diferentes formas de amar: dos historias de amor prohibido (mil puntos si cantaste a Selena) donde los amantes luchan contra las buenas costumbres y el que dirán de la época; una en que todo es extremadamente pasional; otra en que aunque no hay amor al inicio del matrimonio, se cree que con el tiempo se dará y también una historia de un amor no correspondido a pesar de parecer perfecto.
Creo que este libro es digno de estar en el librero de todas las familias. En mi caso, no sé por qué, me hace recordar a mi bisabuela. Espero que si deciden leerlo y les hace querer averiguar más sobre la historia o las recetas clásicas de su familia, lo compartan conmigo.
angelica.lobato@criteriodiario.com