El Gran Perdedor

Criterios Josimar Alejo

Los diputados y senadores plurinominales o de representación proporcional, como los conocemos, tienen un claro origen: la crisis política vivida a finales de los años 60 así como principios de los 70, cuando se recrudecieron los conflictos sociales derivados de diversos movimientos de carácter laboral en primera instancia, logrando permear a los universitarios, así como a los campesinos en algunas regiones del país. 

La represión al movimiento estudiantil del 68, la aparición de la guerrilla rural, así como la guerrilla urbana fueron los acicates que provocaron una convulsión y contracción del sistema político mexicano. Desde mi punto de vista, la viabilidad de dicho sistema dependía de incluir en el espectro institucional a las expresiones que se mostraban hasta cierto punto “antisistémicas”. 

¿Cómo lo lograron? La incorporación se dio a través de la legalización e institucionalización de partidos notoriamente de izquierda (algunos de ellos de corte radical), garantizando su representatividad político electoral en el poder legislativo, justo mediante los diputados o senadores de representación proporcional. Con esta medida, se lograba maquillar, en esa época, la hegemonía de la “dictadura perfecta” como la llamaría en su momento Mario Vargas Llosa. 

Su participación y peso podrían calificarse de marginales hasta entrada la década de los 90, cuando la incursión del IFE, cómo árbitro independiente, permitió que los resultados arrojaran configuraciones tendientes hacia el equilibrio de las fuerzas parlamentarias en el legislativo. 

Hoy, como es bien sabido, esta figura de legislador de representación proporcional existe en el Senado de la República donde, el primer lugar de la fórmula, que no haya resultado ganadora en la contienda electoral respectiva, tiene un escaño asegurado bajo la figura del “gran perdedor”. Así es, de 128 senadores 64 son las fórmulas ganadoras, por así decirlo, “puras”; y 32, los segundos lugares o “grandes perdedores”, como se les llama en el argot político. Los otros 32 restantes son producto de una fórmula de representación proporcional pura, votados bajo una lista que presentan cada uno de los partidos o coaliciones electorales postulantes. 

En la Cámara baja no existen “grandes perdedores”. Los 200 diputados plurinominales son producto de fórmulas de representatividad aplicadas a cinco circunscripciones electorales (regiones que agrupan a los estados de la república) que, del mismo modo que en el Senado, se votan bajo una lista de candidatos propuestos por cada partido u opción política. 

¿Cuál es la importancia de los legisladores de representación proporcional? ¿Cumplieron ya su objetivo histórico?

Todo parecía indicar que sí, hasta antes del presente sexenio. Incluso, se debatía ya en algún libro del expresidente Peña Nieto, la reducción a la mitad de este tipo de representantes. La intentona tenía cierta lógica, hay que decirlo, ya que, si bien es cierto no somos una democracia ejemplar, también lo es que, ya contábamos con las bases institucionales suficientes para propiciar la coexistencia de la pluralidad política en nuestra vida institucional. 

No obstante, ante la existencia de una opción política dominante que, quiere cada vez serlo más, atropellando incluso en muchas ocasiones a instituciones constitucionalmente autónomas garantes de la incipiente democracia en México, resulta pertinente y necesaria la existencia de dichos espacios con miras a no tener a las expresiones políticas sobrerrepresentadas ni infrarrepresentadas. 

En Puebla tenemos una historia similar. Nuestra configuración legislativa contempla a los legisladores plurinominales y pueden llegar a ser (sí, la Constitución local señala que pueden llegar a ser HASTA) 15 diputados por la vía de representación proporcional que, sumados a los 26 de mayoría relativa, conforman los 41 que se han manejado, al menos, en las últimas 4 legislaturas.

Contamos también, como en el Senado y hasta la presente legislatura, bajo ciertos candados institucionales, con diputados bajo la figura de “mejor perdedor”. Mismos que, de manera similar a la Cámara alta del Congreso de la Unión son, por así decirlo, los mejores segundos lugares propuestos por partidos u opciones políticas locales en las pugnas distritales. Actualmente existen 7 diputados con ese origen electoral. 

En días pasados, en el Congreso del Estado, tuvo lugar una reforma constitucional y legal para eliminar dicha figura. Hay que decirlo, no es la primera vez que se prescinde de la misma en la historia electoral reciente de la entidad. Ya una vez se suprimieron legalmente, aunque nunca se aplicó dicha disposición porque de manera intempestiva y en una subsecuente reforma electoral, se rehabilitó la figura para cumplir, seguramente, con ciertos fines. 

Esta situación demuestra que la configuración del legislativo podría no ser una respuesta a las necesidades de representación ciudadana, sino que, se han implementado esquemas que presumiblemente beneficien a la integración deseada para proyectos particulares (léase Poder Ejecutivo). 

De facto, la eliminación del “gran perdedor”, podría cancelar las posibilidades de representación legislativa a los partidos con menor votación en la entidad, aunque, en algún distrito, pudieran ser competitivos como para alcanzar un segundo lugar. Por lo que se prevé una reducción de partidos representados al interior del Congreso para las próximas legislaturas. 

Para algunos pudiera ser o no relevante esta situación, pero al verse afectada la voluntad ciudadana de ser representados, estimo que la reforma que elimina a los “grandes perdedores” debió haber sido evaluada y valorada en diversos foros. Tengo la impresión de que partidos, especialistas y sociedad civil pudieron haber aportado argumentos a favor o en contra de dicha figura.  

Al no haberse dado el espacio para esa necesaria reflexión, y en ausencia de un cálculo democrático pertinente, esta medida podría ser un retroceso hacia un ambiente político monocromático en detrimento de la muy necesaria pluralidad. Esperemos que el resultado de esta manipulación institucional no sea un mayor debilitamiento del sistema político local que, en este caso, sería el verdadero “gran perdedor”.

josimar.alejo@criteriodiario.com