Como muchos otros niños y niñas mexicanos, crecí con la serie de ritualidades casi religiosas que ocurren en las escuelas cada lunes por la mañana y los obligados honores a la bandera, los cánticos del Himno Nacional hasta las últimas estrofas y el bonus del Himno al Estado de Puebla ¿se acuerdan?
Puedo agregar que mi muy querido abuelo materno era General Brigadier del Ejército Mexicano y en toda su casa había múltiples símbolos nacionales. Tenía en aquel cuarto de hombre octogenario montones de libros de historia de México, mamotretos del Heroico Colegio Militar, manuales de táctica de la Secretaría de Defensa Nacional y por supuesto, reconocimientos militares varios. En realidad, todo aquello para mí por muchos años a pesar de repetirlo semana a semana y tener a alguien de mi entera admiración formando parte del discurso nacionalista, la idea de patria y nación no significaron absolutamente nada.
El gobierno actual, desde sus inicios ha exaltado cada que puede –con o sin sentido- a los “grandísimos” héroes nacionales, en realidad estos personajes y la memoria histórica han trazado el discurso de los actores en el poder político. Es justo, en ese sentido que recuerdo tanto el libro de Andrés Oppenheimer titulado “¡Basta de historias!”; texto bastante ligero y ameno, resultado de entrevistas a líderes políticos de diversos países acerca de sus sistemas educativos, en el cual plantea básicamente la siguiente pregunta: ¿es saludable la obsesión con la historia de los héroes nacionales y nos ayudará a prepararnos para un futuro mejor, o nos distrae de una mejor educación para el mañana?
Para Oppenheimer, los latinoamericanos hemos estado en una constante y no muy útil revisión del pasado, para él nos hemos distraído de generar una verdadera educación con miras al futuro, la innovación y el crecimiento económico. En mi opinión, la historia es necesaria al igual que otras ciencias sociales, pero educar en la identidad nacional, el nacionalismo, el amor a la patria y la exaltación de lo “heroico” me resulta cuestionable, sobre todo cuando se trata más que de aprendizaje de una burda discursiva politiquera.
Para algunos, educar en el nacionalismo resulta algo nodal en la formación de los buenos valores ciudadanos, sin embargo, no olvidemos que las caras del nacionalismo extremo no siempre resultan en buenas acciones, ni precisamente las mejores políticas. Sabemos que cuanto más reforzados están los discursos nacionalistas y las identidades diferenciadas, pueden surgir discursos de exclusión a los otros, como ocurre con los inmigrantes, tema tan visible en otros países con actitudes de extremo nacionalismo y racismo hacia las comunidades afrodescendientes, musulmanas o latinas y otros grupos.
Problematizar un tema como el patriotismo, el nacionalismo o la identidad nacional es sin duda asunto más complejo que beber tequila, gritar hasta el cansancio en cada mundial de fútbol o saber que las tortillas tienen un lado anverso y reverso. Lo que quiero poner sobre la mesa es si el sentido nacionalista es necesario mantenerlo vivo en la educación y si es así, ¿se hace de la manera adecuada y qué sentido le podemos dar?
Según la Encuesta Mundial de Valores (World Values Survey, 2018) el 72% de los mexicanos se siente “muy orgulloso” de ser mexicano. Si tratáramos de profundizar en los significados que radican en dicha población en la idea de “orgullo nacional” obtendríamos ideas sumamente variadas. A mi parecer, la educación orientada a estos temas desde la educación formal se ha limitado en su mayoría, en un aprendizaje memorístico y no por ello reflexivo o significativo. Aunque los planes de estudio incorporan materias que abordan el conocimiento de los símbolos patrios y eventualmente derivan en ética y valores ciudadanos, la experiencia de construir una identidad desde lo nacional y abrazar el nacionalismo requiere espacios diversos donde quepan los diferentes tipos de mexicanos y mexicanas que habitamos este territorio y en todo caso generar un sentido de responsabilidad ciudadana.
Considero también, se requiere resignificar el sentido de la nación en nuestra realidad de un mundo globalizado y virtualizado, al final somos mexicanos, pero también somos ciudadanos de un mundo, donde lo que ocurre afuera de nuestro país nos impacta y no es ajeno, donde las personas, las identidades se flexibilizan y se mueven todo el tiempo, es un hecho donde no se necesitan pericos repetidores, ni los mismos métodos educativos de hace 20 años o más.
Se requieren clases que si se va a pensar y problematizar “lo mexicano” cuenten las verdades incómodas y no sólo las caras que un sujeto en el poder decidió nombrar héroe. Se necesitan ciudadanos que no vendan su voto por una torta, mexicanos participativos e interesados en la vida pública, conocer acerca de democracia en todas sus dimensiones, mexicanos que no se conformen con las dádivas gubernamentales, personas que deseen generar desarrollo en sus comunidades, que no sientan náusea hacia la piel morena o lo indígena, que valoricen el patrimonio nacional y cultural entre otras cosas, pero también sujetos que miren hacia el mundo, hacia los vecinos y que conozcan la riqueza cultural de las fronteras porosas entre las naciones.
Finalmente, en medida que continúe la misma educación tradicionalista, el nacionalismo y la identidad nacional será un aprendizaje cuanto menos ornamental y sin sentido. En este México con baños de sangre, espacios naturales vendidos y olvidados, feminicidios, impunidad, narcotráfico, crisis sanitaria, desempleo, desapariciones forzadas y un Estado fallido, los únicos que podemos recuperar el país somos los y las mexicanas, porque, así como el Himno cada lunes por la mañana, la clase política de este país es ornamental, si este país resiste es por y para los ciudadanos.
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