Límites y acoso en la educación universitaria

Criterios Fadia Márquez Cabrera

Caminar en el callejón Lennon junto a los árboles viejos que enmarcan a lo lejos el zócalo siempre ha sido para mí una bocanada de recuerdos de la Facultad de Psicología y lo “peculiar” que resulta el día a día en el centro histórico, de mañana a noche el ritmo de esas calles y su gente siempre serán una especie de realismo mágico. 

Sin detenerme más en las imágenes que existen en mi memoria del Antiguo Colegio de San Jerónimo, es probable que la semana pasada al igual que yo, hayan visto en sus redes sociales la circulación de un video más de un profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) señalado por acoso sexual, cuando justo hace dos semanas de igual manera circuló otra publicación de capturas de pantalla de conversaciones subidas de tono de un profesor de una preparatoria BUAP hacia sus alumnas. Dejando de lado la veracidad de dicha información y si el sujeto en cuestión es culpable o no -ya que sólo las autoridades podrán realizar dicho análisis- recordé lo bastante normalizado que está en facultades como la de Psicología el hecho de que muchos profesores se vinculen con alumnas en relaciones de pareja y, por otro lado, las denuncias varias que existen en el espacio universitario por acoso y hostigamiento sexual. No sólo de manera formal, sino las redes sociales han servido de espacio para exponer estos probables casos, así como los llamados “tendederos de denuncias” que se han realizado por parte de las alumnas no sólo en la BUAP sino también en universidades privadas.  

Lo anterior me hizo reflexionar acerca de ¿cuáles son los límites que requieren las relaciones entre docentes y estudiantes? Y, ¿qué conductas de los docentes son acoso u hostigamiento sexual y cómo establecer la línea entre la vida en el aula y lo privado?  

Probablemente la respuesta más sencilla sería hablar de consentimiento como clave de detección de acoso, hostigamiento o no. Cuando se habla de abuso del tipo sexual en el caso de un adulto hacia un menor, se delimita a acciones claras como tocamientos, exposición de partes genitales o material visual pornográfico, sin precisamente perpetuar una relación sexual. Parece muy claro cuando en estos casos se trata de una acción, es ilegal y enmarcado en nuestro sistema legal. Pero, cuando se habla de mayores de edad el tema es más difuso entre acoso y hostigamiento sexual.  

A todo esto, las violencias en el espacio educativo y específicamente en la universidad comparten características con las violencias que suceden en otros espacios. De acuerdo con la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007), se asume que el hostigamiento sexual es el ejercicio del poder, en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar.  

Responsabilizar a aquellas chicas universitarias regularmente entre los 18 y 23 años que, a pesar de tener una mayoría de edad, no precisamente quiere decir que tengan madurez emocional o psicológica, ni que sean libres de sentir admiración o idealización hacia un individuo el cual “sabe mucho”. Esperar que una alumna sea clara, tajante y que coloque límites verbales o escritos hacia un profesor el cual ha ocupado su posición para incidir en la vida privada o el espacio íntimo de la alumna, me parece exigir demasiado. Repito, delegar la responsabilidad a las estudiantes la tarea de colocar límites con sus profesores, es sin duda una mirada machista del problema. Tan machista como pensar “para que iba vestida así”. 

Pero, vamos poco a poco. Respondiendo a si existen formas fuera del aula que ayuden al proceso de enseñanza aprendizaje y que tienen que ver con un vínculo más cercano entre docentes y alumnos, si las hay. No todos los profesores hombres son acosadores, ni hostigan o buscan beneficiarse de su posición para obtener beneficios sexuales de sus alumnas. Sirva de ejemplo, recuerdo un profesor de la preparatoria quien se encontraba muy inmerso (hasta hoy en día) en el teatro, que sin duda, sin una relación más cercana con algunos alumnos y alumnas no habría generado el interés en las artes escénicas en muchos. Claro que existen maestros y maestras que logran generar amistad, confianza o espacios de trabajo, pero delimitemos, el hostigamiento y el acoso sexual siempre generará incomodidad, confusión o miedo en la población estudiantil. 

El hostigamiento puede ir desde conductas verbales que sexualicen, descalifiquen o violenten a las alumnas, o también pueden ser conductas físicas como tocamientos o miradas que incomoden. En el caso del abuso a diferencia del hostigamiento, siguiendo la Ley previamente citada, el acoso genera a través de estas conductas verbales o físicas un estado de indefensión y de riesgo para la víctima, independientemente de que se realice en uno o varios eventos. En el aula, este estado de indefensión precisamente es generado por la posición del docente, el cual claro que puede incidir y afectar a la vida académica del alumnado. Existen acciones muy claras de cuando se está acosando u hostigando y no es más que responsabilidad del docente elegir hacerlo o no, de nadie más.  

Por desgracia el espacio universitario no es libre de los micromachismos dentro y fuera de las cátedrasRecuerdo haber tomado clase con docentes que educan perpetuando justamente los estereotipos y las violencias hacia las mujeres, detectar como universidad este tipo de conductas en el aula son medulares para erradicar el acoso. Cuando no existen protocolos de detección, atención y sanción efectivos o acciones vinculantes, se genera la necesidad de surgimiento de espacios alternativos los cuales pueden dar voz, pero también pueden generar linchamientos públicos en redes sociales con consecuencias irreparables. 

 En suma, los docentes pueden construir medios comunicativos más horizontales para fortalecer la educación, sin dejar de tener en cuenta que para bien o para mal ellos serán los únicos responsables de los resultados.  

fadia.marquez@criteriodiario.com