De individualistas a tóxicos

Criterios María Del Rocío Lozano Solana

Te voy a contar una historia para que me entiendas:  

Un día llegó una mujer a su casa, después del trabajo, para darse cuenta de que no tenía internet. Su ex-esposo había cancelado la cuenta mientras ella estaba trabajando y no había considerado mencionárselo. Ahora sus hijos no pueden ir a la escuela, pues es en línea, y ella no tiene como argumentar. Pero le escribe a su esposo para habar del tema. Él le responde que ella necesita verse por su cuenta y empezar a resolver sus necesidades. Era de esperarse, viniendo de un hombre desempleado, que no tiene ni ganas de ser un padre o un esposo. Lo que bastaba era una nota en el refrigerador, diciendo que se iba a vivir con su madre y que ya no les iba a pagar ni apoyar en nada.  

Sin tomar en cuenta que el drama suele ser parte de nuestra naturaleza, la cultura occidental a adaptado la costumbre y los valores que apoyan la idea de el pensamiento individualista. Todos deberían de perseguir su derecho a la libertad de decir, pensar y actuar de la forma que les parezca. Somos dueños, más no responsables, de nuestra opinión. No suena mal por sí solo hasta que llega al extremo. Y eso es lo que ha pasado. Voy a hablarte de como este individualismo se ha vuelto completamente tóxico. Una concepción de libertad que hemos visto pasar desde un conjunto de principios coherentes, a una excusa para abandonar nuestras responsabilidades más básicas, o incluso para salir de la sociedad por completo. Tantos años luchando por la participación social, para que de un día a otro nos enfrentemos a la renuncia de este privilegio. 

Hoy en día, no es tan extraño escuchar que los hombres y las mujeres deciden no querer lidiar más con los “inconvenientes” que trae formar una familia, con las “dificultades” de traer un niño al mundo, con las complicaciones de “mantener” un hogar. Y es ahí donde se destruye todo. Estos limites han sido propios y de nadie más. Puestos por cada uno de nosotros como excusa para no pensar en el de al lado. La mitad de la población aprovecha la oportunidad de culpar a otros de todos sus problemas. Lo vemos hasta con el Presidente. Nada se soluciona, nada tiene opción, pues todo ha sido culpa de otros. Tanto nos hemos sumergido en este problema, que hemos inventado una nueva expresión: “Deja de hacerte la víctima”. Pero se pone peor año tras año. Estamos luchando tan fuerte para llegar a ningún lado y sólo logramos correr hasta el fondo de ese individualismo tóxico, sin importar si se trata de conductores agresivos o de los que hablan por teléfono en el cine. Pedirle a alguien que aguante el más mínimo inconveniente, los envía a una rabia ciega. Nos hemos dejado manipular por el peor de los vicios: la comodidad.  

Donde yo vivo actualmente, es muy común, si vas a algún parque estatal, encontrarte con alguien que lleva una bocina con su música a todo volumen. En inglés dirían que eso: it’s a thing. Pero claro, para qué molestarme en traer mis audífonos cuando es más cómodo traer mi música favorita a todo volumen y en todas direcciones, convirtiendo el aire libre en mi propio salón de baile. Todo se trata de mí. Y ese es el problema. Antes de seguir, quiero dejar claro que no me uno a aquellos quejumbrosos e inconformes, sino más bien me río un poco del problema que nos ha llevado a centrarnos tanto en nosotros mismos, mientras nos hace más infelices. Y tampoco quiero dejar de mencionar que existen grandes personas e instituciones que han hecho todo lo contrario y que están dejando una huella importante en nuestra sociedad. A ellos les aplaudo. Sin embargo, hoy vengo a hablarte de un problema. 

El individualismo tóxico ha contaminado la política. Una cosa sería sí este individualismo se quedará con aquellos que les gritan a los cajeros o que no pagan la luz, sin embargo, ha alcanzado los niveles más altos de nuestro gobierno. En nuestro intento de lograr deshacernos de lo peor, nos hemos dado cuenta de que aún nos queda un largo camino que recorrer. Para ponerte un ejemplo, hace unas semanas hubo una tormenta invernal que golpeó a Texas y a algunas partes de México de una forma inesperada. Y por eso el caso de Texas es perturbador. Por un lado, senadores como Ted Cruz que deciden tomar sus vacaciones en Cancún mientras sus electores luchan contra el congelador frío de sus hogares. Por otro lado, están Alcaldes como Tim Boyd, que se toman la libertad (individualista) de decir que sus propios ciudadanos son “vagos” por querer calefacción y electricidad, o diciendo que en la tormenta que ha dejado a miles expuestos, sólo “los fuertes sobrevivirán”. Realmente es algo que debemos contemplar y aborrecer.  

Pero no puedo sentarme a pensar qué ha pasado, pues esto va más allá de la lógica. Recordemos algunos principios básicos del Gobierno y la representación. En primer lugar, los residentes de un Estado no buscan los folletos de elección, sino ser representados para ser protegidos. Por otro lado, también pagan el salario de Alcaldes como Boyd, para que este haga literalmente su trabajo y le proporcione servicios a la ciudad. Pero esto se queda sólo como objetivo del gobierno. Ya no es sólo que los individuos contribuyan a un sistema que cuida del grupo, sino que tenemos un problema más grande, cuando los funcionarios electos les dicen a sus ciudadanos que son flojos y que, mientras mueren congelados, están solos. Y es aquí donde el lo tóxico se ha vuelto historia de primera plana, convirtiéndose en una actitud que está por todos lados.  

Sería bueno ver que esto sucede al azar y sin un patrón constante. Nuestro gobierno y el de muchos otros se han convertido en predicadores que hacen todo menos practicar. Pocos, si no es que ninguno, de nuestros líderes podría durar un día en las condiciones en las que vive muchísima gente, de pobreza, hambre, educación, etc. Y esto es peor aún cuando sus electores adoptan la misma mentalidad de que todos deberían de verse por sí mismos, hasta que les sucede algo inesperado. Porque sólo ahí entramos en chip de responsabilidad colectiva, es ahí donde se escucha la llamada a la unidad y la empatía. Pero mientras no nos azote un temblor que destruya tres, cuatro, cinco comunidades y algunas ciudades, no los busquen.  

Es triste que se ha contagiado el individualismo tóxico como una pandemia. Ya no es doloroso pues ya es parte de nuestra cultura. Es un problema que hoy domina nuestra sociedad. Nos hemos tomado el gusto de cambiar la definición de ‘derecho’ y hemos decidido que ahora significa “vivir para uno”. Y déjame decirte que ni como personas humanas, ni como sociedad, estamos llamados a vivir solos. La cuestión aquí es que yo no estoy dispuesta a que esto me represente. Más allá de mis quejas de hoy, sólo se me ocurre una forma de enfrentarnos a la tóxica individualidad que nos invade hoy en día, y es a través de la amabilidad. Cuando un esposo abandone a su familia y les diga que se mantengan a sí mismos, entonces mantén a esa familia. Cuando una madre decida que no quiere tener a su bebé porque es mucho trabajo, demuéstrale de lo que se pierde. Cuando los funcionarios de un Estado viajen a Cancún durante un desastre, tú haz lo que puedas. Haz que esos líderes parezcan tan incompetentes como realmente son. Probablemente no les importe, pero otras personas lo notarán. Cuando eres amable con alguien, pones una vibra diferente para contrarrestar todo el individualismo tóxico del mundo. Estableces un estándar diferente y con suerte, empujas el péndulo hacia el otro lado. El antídoto contra el individualismo tóxico es la verdadera acción comunitaria y colectiva. Es lo único que funciona. 

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