“El objeto, la ilusión y la caída”

Aldo Obregón Criterios

He mencionado alguna vez en este carrusel de textos que no creo en la existencia de, o más bien, no sé qué sea el talento, a ciencia cierta, como tal. Puedo entender el cómo la herencia de la tataratataratatarabuela que vive en nuestro cerebro se traduce en aptitudes más o menos convenientes según el individuo y la actividad que este desee realizar, pero esa definición me queda corta y lejana para describir la capacidad humana de completar de tal o cual manera tal o cual actividad y, logrando cumplir ciertos requerimientos, ser llamado “talentoso” por el éxito obtenido. 

Un querido amigo me dijo casi al conocernos, al referirse a mi capacidad actoral, “tienes muy claros tus objetivos mediatos e inmediatos”. Este mismo amigo me tatuó en la cabeza y el corazón la definición más adecuada que he encontrado para describir qué es el arte para mi, rezando que el arte, como condición primordial, debe de servir de alguna forma a la verdad, la belleza y el amor. Estos comentarios son certeros y, al mismo tiempo, dejan un enorme espacio a la interpretación. Queriendo aplicar el mismo ejercicio que mi amigo aplicó a “talento actoral” y “arte” al puro concepto de “talento”, me topo con una idea interesante que me termina llevando a tres líneas de pensamiento: la primera, ronda alrededor del “objeto”, la segunda tiene que ver con la “ilusión” y el tercero con la “caída”. 

“El dese que está junto a la desa…” 

Relacionarse con el objeto, acto filosóficamente complicado, es algo que se aprende e interioriza desde los primeros años de nuestra vida. La tramposa capacidad de abstracción que caracteriza al ser humano nos permite brincarnos unas cuantas decenas de miles de años de convivencia bruta para permitirnos formar lazos importantes con cosas que, de otra forma, no tendrían mayor profundidad en nuestra vida que su más evidente uso, si es que existe, como satisfactor de alguna necesidad primaria.  

En nuestra cabeza los objetos adquieren una nueva dimensión según la relación que tengan con uno, dos, cientos, miles o millones de individuos. Una moneda de oro acuñada en un tiempo influyente por personajes influyentes en sitios influyentes que, histórica o físicamente, haya estado en contacto con un gran número de personas tendrá un valor muchísimo superior que una moneda de oro acuñada de forma sistemática en la contemporaneidad, careciendo así del valor que la experiencia de su propio existir brinda a la más antigua. 

El ser sensible se percibe talentoso si su intuición, ya sea que venga de la tátara… o de la exposición más consiente y física, le permite mostrarse cómodo con el objeto en cuestión. Un espadachín talentoso será aquél que logre relacionarse de mejor manera con su arma, aunque la fuerza física tenga carencias y deba desarrollarse o, aunque su complexión física no sea la común en el arte de la esgrima.  

“La ilusión” 

En otras columnas de esta misma colección he platicado acerca de lo ilusorio que resulta todo lo que nos rodea si arrojamos la luz correcta sobre ciertas sombras y creo que esta idea está íntimamente relacionada con el talento.  

Prácticamente cualquier actividad humana está irremediablemente manchada por la tinta de la abstracción. Damos significados profundos no solo a los objetos. Las situaciones que nos rodean y moldean nuestras vidas también generan un impacto emotivo y familiar tanto como las cosas con las que tenemos contacto. Desde que somos pequeños nos acostumbramos a darle importancia a ciertas ilusiones, a ponerle peso a las ideas tanto como a la realidad, aunque estas dos se encuentren muy distantes. 

Una persona que logra interiorizar las leyes no escritas de los complejos ilusorios de los que los seres humanos nos valemos para darle forma a nuestro mundo, será rápidamente percibida como talentosa en el área en cuestión.  

Un niño que rápidamente logre abstraer los conceptos que rigen nuestro entender de las cantidades y sus relaciones será percibido como talentoso para materias matemáticas o espaciales, aunque sucede a veces que este gran entendimiento se topa con un menor “talento” en otras áreas como la lingüística o la pragmática y entonces, entre sumas y restas de talento, el brillo puede pasar desapercibido o amplificarse. 

Dominar las reglas del juego te hace bueno en él, pero entender que es un juego, saberlo en serio, te hará el verdadero ganador. 

“La caída” 

Talentosos son los actores que graban sus propias escenas de acción. 

Jackie Chan tiene como filosofía profesional el arriesgar el cuerpo cuando el personaje así lo deba de hacer. Esto le ha ganado mucho reconocimiento, muchas lesiones y, seguramente, la tranquilidad personal de dar al público lo mejor de sí y, de alguna forma, su más verdadera expresión artística. 

Entender que la caída es parte del trabajo, parte de la existencia, parte del juego o de cualquier asunto que requiera nuestra atención y asumir sus consecuencias es el tercer camino que, a mi entender, nos acerca de manera concreta al talento. 

No es que se requiera cierta habilidad especial para caer en desgracia, más bien se requiere de cierto entendimiento de la desgracia para lograr incluirla en el “todo” que engloba al ser capaz. 

Un actor que está constantemente expuesto al error propio o ajeno, a la improvisación y al contratiempo técnico logrará desarrollar una intuición del caos mucho más certera que aquél que se acostumbre a las producciones controladas y milimétricamente precisas. 

Una persona que logra entender las caídas sin haber pasado por ellas logrará hacerse percibir como talentosa o capaz por el simple hecho de saber resolver la tragedia, el golpe, la caída y la incorporación de manera intuitiva más que obligada. 

“El casting metafísico” 

Dicen los jazzistas que lo tienes o no lo tienes y me queda claro que ciertos niveles de expresión humana requieren altos niveles de identificación con el objeto, la ilusión y la caída. 

¿Qué mejor ejemplo que el caos ordenado del jazz para poner sobre el escenario la intuición y manejo del objeto, la ilusión de la armonía que sucede en la cabeza y la caída en el error que, como ya lo platicamos, termina siendo la médula del estilo y el talento? 

@AldoObregon