Loewenstein, y por qué el poder se ha vuelto incontrolado

Criterios Paul Bonilla

Estamos enfrente de un choque entre dos trenes, el primero, es el status quo, el cual se ha compuesto por décadas de comportamiento y de convivencia social, entre los gobernantes y los gobernados, siendo todos parte de un acuerdo en común, la organización, destino y respeto por la Constitución Política, su constante modificación y reinterpretación para el devenir de la historia, del cual la ciudadanía era respetuosa hasta cierto punto, “nada ni nadie por encima de la ley” (se escucha a lo lejos), de aquellos respetuosos de las instituciones que hoy gobiernan; en el otro lado de la vía del tren, se acerca este nuevo sentido de creación de normas temporales, de validaciones sociales o culturales, valores o principios replanteados desde el subjetivismo fraccionario, no es que yo quiera estimado lector apuntarlo a una lectura compleja, sin embargo, para entender los estudios de Karl Loewenstein, filósofo alemán, es importante entender nuestro contexto político.

Por un lado se encuentran los Poderes de la Unión, quienes ungidos bajo la capa protectora de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, actúan en consecuencia de sus intereses políticos, haciendo las reformas necesarias y convenientes para el ejercicio de sus actuaciones, de sus funciones y sus facultades; por el otro lado, me regreso al otro lado de la vía del tren, donde se encuentra los organismos constitucionalmente autónomos, como el Instituto Nacional Electoral, el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Federal de Telecomunicaciones, INEGI y demás…

Estos pequeños David (haciendo referencia a los textos bíblicos) están del mismo modo, siendo protegidos bajo la capa protectora de la misma carta magna, por increíble que pareciera, y si Usted se ha dado cuenta durante estos tres meses, hay más capa de un lado que del otro, sin embargo, unos la ocupan para taparse (poderes de la Unión) mientras que David (organismos constitucionalmente autónomos) la ocupa para defenderse; para Loewenstein, existían tres grados para el desarrollo del Poder, la obtención del ejercicio del poder, el modo de ejercicio del poder y el control del ejercicio del poder en aquellos que detentarán las instituciones públicas.

El control del ejercicio del poder, era el más importante para el autor, él sostenía que una adecuada limitación del ejercicio del poder, mediante una recíproca interacción de diferentes actores políticos y la intervención de la ciudadanía, era el núcleo de los “Estados constitucionales”, podemos decir que para Loewenstein debía existir un “equilibrio” entre las fuerzas políticas, sin embargo, que existan poderes incontrolados era intrínsecamente malo, generando su propia aniquilación, ya que el control propio no se daría, por ende la degeneración sería el siguiente paso, a su vez, entendía que un poder absoluto (tiránico) traicionaría el principio básico de la libertad, dando pie a un abuso sistémico del control social. 

Bajo estas notas, no podemos pensar en los constantes choques que hay entre las instituciones públicas, y las diversas amenazas, que se dan en la vida política de nuestro país, no siempre los trenes chocarán de manera desafortunada involuntariamente, para ello, la Constitución, establece los frenos necesarios que impidan el abuso de las facultades, sin embargo, ante el desequilibrio de poderes, surge un tercer actor que debería ser quien salvaguarde la propia ley suprema, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que ha decidido luchar en ocasiones como Goliat; menciona el autor alemán lo siguiente: “La Constitución escrita, como elemento primario de control de poder político no ofrece ya garantía absoluta para distribuir y limitar un poder desbordante de las libres fuerzas sociales de una sociedad dividida”, no me dejarán mentir, ahora mas que nunca se han dividido las sociedades, se han fragmentado los intereses comunitarios, algo que los tomadores de decisiones claramente conocen, la ciudadanía se ha alejado de las propias instituciones, las rivaliza y las radicaliza. 

Por último, me gustaría señalar que nuestro multicitado autor hace énfasis en hacer mención sobre lo siguiente: “(…)hace falta una noción de constitución que no sólo se redacte para un orden conceptualmente jurídico, tiene que cumplir con asumir realidades nuevas así como buscar la eficacia normativa, la participación colectiva, desnudar fenómenos de falso poder autocrítico”, por ende los trenes deberían no chocar, deberían transitar hacia sus destinos, a tiempo y en orden, los pasajeros (ciudadanos) deben creer que el modelo de tren llamado “democracia representativa” servirá para trasladarlo durante muchos años, antes de que lleguen a chocar de nuevo; de esto depende las acciones que se emprendan por parte de quienes conformamos tanto la esfera pública, como de quienes conforman la esfera de la vida social, puesto que no sólo será un solo poder incontrolado, se incrementarán aquellos que deseen el mismo trato que los poderes de la unión.

¡Hasta pronto!

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