El Plop o Cómo escapar de la niebla

Aldo Obregón Criterios

“Escenografía: sobre cámara negra, crear un espacio extraño e inquietante. Muy, 

muy extraño y muy, muy inquietante. Puertas numeradas que podrían ser 

camarotes de barco, clósets, celdas ya sea de cárceles o de manicomios, etc. Ojos 

de buey a discreción, pero estas claraboyas estarán colocadas locamente, sin 

lógica, y por ellas asomarán las caras de los personajes más conocidos del mundo 

(fotos recortadas). Varios salvavidas con el nombre del barco, que podrían ser 

coronas de muerto, llantas de carro, etc. Pequeños puntos luminosos salpicarán el 

escenario: brillantes, opacos, rojizos, verdosos, parpadeantes, fijos, y que podrían 

interpretarse como estrellas en el firmamento, luciérnagas inmóviles, ventanas 

encendidas de edificios lejanos. En momentos se distingue un pasadizo 

siniestramente alumbrado de donde proviene la música. Desniveles, sillas 

plegadizas, ruido de olas de mar azotando la embarcación, la sorda sirena del 

barco y niebla por doquier que produce sombras que se alargan y luces cegadoras 

según se aparte o se espese. La niebla dominará siempre” 

Antonio González Caballero fue dramaturgo, actor, director, pintor, pedagogo y más. Su existencia sobre este planeta no pasó desapercibida y, como todo gran personaje de la vida bohemia del país, eventualmente me tocaría tocarlo. Porque así ha sido la vida conmigo. 

Pocas veces uno se encuentra ante un monolito dramático de esta categoría. Ponerle sonido encima a los sueños aterrizados de un genio no es poca cosa y la tarea se vuelve todavía más titánica cuando uno se ve rodeado de seres extraños, extravagantes, casi sin sentido… me refiero a los actores con los que comparto elenco. 

Estamos a bordo de un barco que bien podría ser un yate, una carabela, una balsa hecha de llantas. Todos vamos navegando (dentro y fuera de la obra) entre neblina, preguntándonos si esa extraña sombra que podríamos o no haber visto podría o no ser una palmera. Nos preguntamos si el sonido de las olas es lo que nos sirve de “soundtrack” o si la respiración de los contiguos ha crecido tanto en las últimas horas que ahora se confunde con el rumor del océano. El lenguaje de los sueños nos atrapa, nos atrae y enamora. 

“En este barco hacemos teatro porque el teatro es la vida y la vida es 

un sueño, un sueño precursor de la muerte; y la muerte… es puro teatro; por 

consiguiente, hacemos teatro mientras vivimos y aun cuando morimos. Basta una 

pequeña duda, un miedo infundado, un dolor de muelas y… ¡Plooop! Nos 

desvanecemos en el aire.” 

A mí el teatro me salvó y cada nueva puesta en escena me salva de nuevo, me hunde y me levanta a capricho, enseñándome un poco más de lo que llevo dentro; a veces a fuerza, a veces nomás sugiriéndome cosas y dejando que yo solito me de cuenta de lo que está sucediendo a mi alrededor. 

En esta ocasión estoy rodeado de espadas y escudos.  

Por un lado, tengo a mi guitarra y al piano, a la computadora; herramientas que utilizo para vestir las orejas de la obra. Por otro lado, hay una gabardina roja, una cajetilla de cigarros de flores, una trampa, un sombrero y dos tortolitos que simplemente se rehúsan a ayudarme a encontrar al unicornio que, como todo mito, es efímero, etéreo, ¡de cristal! 

Un juez platica con Ana Karenina, quien se hace llamar “Betty Boop”; la música mueve los torpes pies de un Lord de Petatiux, la niebla nos deja ciegos y, al no poder distinguir nada más allá de nuestras narices, la belleza se vuelve ambigua y el “muack muack” de los besos no logra tapar el estallido inesperado que anuncia algo.  

¿Lo más terrorífico? Llegar a nuestro destino. 

“-… y ahora, 30 años después repite el chiste con el 

renombrado Teófilo Gautier! ¡Está usted atiborrada de sangre, mujer! 

– ¡Como todo ser humano, señor juez! 

– ¡Ha deseado la muerte a cientos de personas! 

– ¡Como todo ser humano, señor juez!” 

Bajo la dirección de mi amado Baruk Serna, ocho grandísimos actores y actrices más un músico perdido, nos trepamos al propio sueño y, no con poco riesgo, nos adentramos a la psique del autor, del espectador y de todo aquel que haya soñado y, después de un rato, se dio cuenta de ello. 

Un sueño vívido, una obra de teatro onírica, un texto exquisito y los dedos de su servidor acariciando la guitarra y el piano. 

Me gustaría decirles más, pero temo que revelar más información me llevaría a hacer “plop”. 

Todos los jueves a las 8:30 p.m. estamos trepándonos al “Fin del Mundo” en el teatro “Puro Drama” y quedan cinco funciones antes de zarpar hacia otras nubes, 

¿Nos acompañan? 

@AldoObregón