“De ovejas y príncipes en un tren”

Aldo Obregón Criterios

Los personajes lo eligen a uno, eso que ni qué.

Hasta ahora me han echado el ojo: un alegre joven que tiene un puesto en el mercado y baila cumbia, un increíble niño obsesionado con los cómics, un músico callejero que canta la tragedia de su país, un adolescente lleno de acné que insospechadamente se convierte en el héroe del día, un treintón frustrado que comparte vecindad con una bola de títeres, un locutor de radio con tal vez demasiado maquillaje encima, el pianista de un grupo versátil, la temperamental matriarca de una casa mexicana, una princesa no tan convencida de su principesco destino, un andrógino hombre envuelto en una gabardina roja, el día, un aprendiz de paleontólogo que viaja en el tiempo, un conejo, un cíclope, una rata y una rosa.

Cada personaje tiene algo que ver conmigo y su voz me ha obligado a hurgar en el alma, corazón e hígado. Nada te pone frente al espejo como lo hace el arte.

El más reciente maestro que la dramaturgia me presta para sumarme a su estatura es uno de esos importantes, dolorosos y bellos.

“Así es… vamos a la deriva”

Las tormentas que azotan el interior de un niño no son para nada más amables que las presentes en el corazón de los adultos. Hablar de los dolores verdaderos desde el escenario cuando el espectador conoce solo el lenguaje de la infancia tiene de por sí una dificultad considerable y, si le sumamos una temática complicada como lo es la pérdida, el reto es grande y el compromiso bastante abrumador si le permitimos rondar demasiado tiempo en la cabeza.

Hablar con la verdad debería de ser ley de oro cuando los adultos nos enfrentamos a nuestros iguales menores y esa ley de oro debería conservarse igualmente sobre el escenario. Creo firmemente que el error más común que los adultos que pretendemos entretener infancias cometemos, es pensar que hablamos con seres mentalmente inferiores. Nada más alejado de la realidad. En nuestro afán de mirarnos el ombligo nos hemos olvidado de cómo percibíamos el mundo hace quince, veinte o treinta años. Es cierto, uno madura, crece y ordena los pensamientos con el tiempo y la edad, pero la inexperiencia y la inmadurez no son sinónimos de estupidez.

Mi buena suerte y el amor que me tiene el universo me invitan de nuevo a hablarle a los niños de temas importantes y esta vez la palabra prestada no podría ser más afortunada. El texto corre a cargo de Paula Watson y Patricia Madrid; esta última funge también como directora y en su enorme bondad no sólo me permitió encarnar a sus personajes, además me abrió nuevas puertas hacia el entendimiento de mi ser actoral y, por lo tanto, humano.

Interpreto a Facundo: un niño de diez años que ha sufrido una terrible pérdida familiar y ahora viaja con su tía, dos hermanas y un misterioso hombre a bordo de un tren. Facundo es muy inteligente y no tiene un gramo de vergüenza si hay oportunidad de demostrarlo. Sabe mucho, le gusta la biología y está lleno de preguntas sin respuesta y respuestas a preguntas que nadie hizo. Dentro de la obra, Facundo juega a ser un príncipe y no cualquier príncipe. Es: ¡El Príncipe!

El Príncipe es soberbio, mandón y al mismo tiempo bondadoso y tierno. Sabe de su destino como monarca y también se divierte como niño… porque los príncipes también son niños.

“Alma de príncipe”

Comparto escena con algunos de los artistas escénicos que más disfruto desde la butaca o arriba de la tarima y cada ensayo es una clase para mi. Crezco con ellos al lado y eso es algo que siempre será invaluable y mágico. Creo con todo el corazón que un artista no puede llevar el alma sucia y para mi es obvio que los seres que nos reunimos para contar esta historia tenemos en esencia la bondad por dentro y creo también que eso es indispensable para que el mensaje llegue al otro lado, al alma sabia, pura y genuina que también necesita hablar de los dolores importantes y que ahora más que nunca merece que le demos toda la importancia, todo el peso, toda la atención.

Teatro inteligente, teatro para toda la familia, teatro para encontrarnos y sanar con cuentos. Como siempre lo hemos hecho.

@AldoObregon