El mito del trabajo duro

Criterios Pablo Aréchiga Fernández

Ángeles vive en una junta auxiliar de Puebla y se dedica a vender comida en el Centro, no tiene escolaridad ni heredó un patrimonio. Todos los días se levanta a las 4 am a preparar lo que vende, tarda más de una hora en trasladarse y debe cargar su puesto; su venta y su ganancia estan determinadas por factores hasta climáticos, debe organizarse con otros vendedores para garantizar su derecho a buscarse la vida y estar lista para defender sus metros cuadrados incluso a golpes. Hay quienes afirman que “no sale adelante porque no le echa ganas”.

 

Creer que se puede acceder a una mejor calidad de vida, mayores ingresos, más preparación académica o a incrementar considerablemente el patrimonio es una fantasía para muchos mexicanos que pese al esfuerzo, no lograrán superar la condición de vida de sus padres. En un país con 50 millones de personas en situación de pobreza y en el que el 1% de la población concentra el 20% de los ingresos, el panorama es escalofriante. 

La idea de que con esfuerzo y talento uno puede conseguir sus sueños es sólo un romanticismo que nos han querido vender (¿o imponer?), basta ver las redes sociales y darse cuenta de cómo las historias y las frases de Jeff Bezos o Bill Gates se toman como si fueran mandamientos o los miles de consejos para hacerse rico que da Facebook.  

Sin embargo, estas publicaciones no mencionan las opciones para la inmensa mayoría de nosotros, ni mencionan desde luego, cómo la mayoría de los llamados multimillonarios en México hicieron sus fortunas que, salvo honrosas excepciones, fueron hechas con la complicidad y muy probablemente con la corrupción del Gobierno en turno. Muestra de ello es que, entre 1988 y 1994, el número de mexicanos incluidos en las listas FORBES subió de 1 a 24.  

En el mismo periodo, con la pérdida del control del Estado sobre muchos de los bienes nacionales, se implementaron programas sociales, principalmente Solidaridad que evolucionó y cambió de reglas hasta convertirse en Prospera, una política pública que pretendía suplir las obligaciones estatales que perdió la gente en razón del modelo económico: la seguridad social, el acceso universal a la salud pública, las becas, los apoyos para el campo o la seguridad laboral y los sindicatos fuertes.  

El principal programa que pretendía suplir la función estatal de procurar la justicia social, disminuyó la desigualdad a un nivel mucho menor que en el resto de América Latina, pero sí consolidó a México como una de las 20 economías más grandes del mundo.  

Nuestro sistema social y económico está diseñado para que la prioridad sea el crecimiento económico a costa del bienestar. México ha sido un país en el que la generación de riqueza está destinada a un mínimo porcentaje de las personas que tuvieron la suerte de heredar y pueden incrementar su patrimonio, o para quienes optan por vías ilegales.  

Para la generación de nuestros padres, al menos para muchos de ellos sí fue posible que la mezcla de esfuerzo, trabajo duro y educación, propiciado por un modelo económico que tenía por objetivo la redistribución y la justicia social, fuera suficiente para superar su clase social. Esto ahora es impensable. 

Durante el presente sexenio y antes del COVID-19, el ingreso de los trabajadores en México se había incrementado en aproximadamente en 6% y los trabajadores más pobres, en casi 20%, lo que nunca había sucedido. La reforma al sistema de pensiones también va a generar un incremento en el ingreso de la población más vulnerable, lo anterior sin generar mayor gasto público ni incremento de subsidios. Es buena noticia, pero aún insuficiente. 

Es común ver en distintas manifestaciones como las marchas automovilísticas o en redes sociales, a quienes no coinciden en que el Estado es el responsable de la justicia social ni de la redistribución equitativa del ingreso; hablan de los “chairos” como aquellos que creen que todo es regalado o que se oponen a trabajar, por lo que asumen que su situación económica se debe estrictamente a su falta de esfuerzo, lo que además de reflejar un profundo desconocimiento del lugar en el que vivimos, fortalece la promoción de un precepto que los mantiene en el privilegio de ser élites: el mito del trabajo duro. Hay toneladas de literatura y evidencia que demuestran lo equivocados que están.  

Si prefieren las anécdotas sobre las evidencias, deberían pensar en las posibilidades de Ángeles de salir adelante, considerando la cantidad de horas, el esfuerzo dedicado y el ingreso de una persona que trabaja en la economía informal, con rezago educativo, nulo acceso a la salud, mala calidad en su vivienda y sin un peso para emprender.  

Otros sistemas sociales, económicos y políticos demuestran cómo sí es posible tener sistemas que recompensen el esfuerzo, el trabajo y la educación, México aún no es el caso, pero parece que empieza a serlo. Sin embargo, aún resulta conveniente pensar que el trabajo duro es suficiente desde el privilegio de quien heredó o de quien siempre ha pertenecido a las élites o que generó su patrimonio por el camino de la corrupción, y resulta aún más conveniente impulsar la idea de que la razón no es el modelo económico que promueve la desigualdad, sino la falta de esfuerzo de quienes no tuvieron esa fortuna.  

@pabloarechiga