Tomemos un cocktail

Angelica Lobato Torres Criterios

Hace un par de días en el podcast de este humilde diario, Pedro Vallejo hablo del nuevo libro de Xavier Velasco: “El último en morir” y, al seguir en redes sociales vi que el autor estaba haciendo una transmisión en vivo en Instagram y dejé de verlo para sólo escucharlo y dije “este hombre suena como si se hubiera tomado unas cuantas copas”; sí lo hizo o no, no soy nadie para asegurarlo pero buscando entrevistas leía que esta nueva historia habla mucho de su vida y del uso de algunas drogas y dije: sí, eso suena a cosa de escritores. 

Todos tenemos vicios, al investigar para esta nota descubrí que comparto el mío con Juan Rulfo, la Coca-Cola; sólo que él agarró el vicio después de desintoxicarse del alcohol. Muchos autores se han recuperado de sus vicios más dañinos, otros se han jactado de ellos y otros han encontrado en esos vicios el final de sus vidas. 

Creo entre los bebedores más conocidos en el mundo literario está Ernest Hemingway, quien resumió su gusto por las bebidas espirituosas en la frase: “Beber es el camino para alargar el día”. Una vida en que sufrió depresión y ansiedad, lo llevó a usar el Whisky para sufrir y celebrar al mismo tiempo, igualmente lo acompañará siempre la leyenda que durante su estancia en Cuba, no pasó un día sin que tomara un dulce mojito. Su amor por la bebida social queda más que claro en “París era una fiesta” y en las muchas fotos que hay de él celebrando con una copa en mano. 

Otro escritor conocido por dejar que “el hada verde” controlara su vida fue Oscar Wilde, escritor de libros como “El retrato de Dorian Gray” y “El príncipe feliz”. El ajenjo fue su felicidad y otra de las torturas de su vida. Él habló de esta bebida de la siguiente manera: “Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, uno ve las cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir”. 

Uno más, creo de mis favoritos, fue F. Scott Fitzgerald. Miembro, junto a su esposa Zelda, de ese famoso grupo de genios intelectuales que se reunían en París durante los años 20’s en fiestas donde el whisky y el champagne no podían faltar y que, en casos como la amistad entre Hemingway y Scott, eran de las cosas que los hacían amigos. “El Gran Gatsby” nos deja ver cómo las fiestas eran gran parte del estilo de vida que Fitzgerald creía era lo más alto de la sociedad. Él empezó a beber para vivir lo que se esperaba de un genio, pero que causó que su esplendor acabará demasiado rápido. 

Uno de los que murieron por sus vicios, fue Truman Capote: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. El autor de libros como “A sangre fría” y “Desayuno en Tiffany’s” vivió para estar de fiesta y beber. Hijo de una madre alcohólica y drogadicta, vivió de igual forma siempre con su cóctel favorito en mano: martinis con tranquilizantes, que con el tiempo dañaron su organismo tanto que murió por un avanzado cáncer de hígado.  

Quiero cerrar con una frase más de Capote: “Todos los escritores, grandes o pequeños, son bebedores compulsivos, porque empiezan sus días totalmente en blanco, sin nada”. Así que, aunque sé que no hay que beber en lunes, un día de estos, tomen una copa y dejen volar su imaginación, tal vez, alguno de ustedes descubra al escritor que está encerrado en su interior. 

angelica.lobato@criteriodiario.com